lunes, 27 de junio de 2011

El hermano ausente

A Andy, con aprecio y admiración.

UNO
Mi hermana D. subió a un bus hacia los Andes, se casó con Dios y se recluyó en un convento. No asistí al casamiento, tal vez porque el convento quedaba en el medio de la nada, cerca de Abancay. No tuve la dicha de ver a mi hermana D. casi diez largos años. Luego dejó de ser monja, regresó a Lima, se enredó con novios pintores y se dedicó a la moto y correr olas. Cuando se casó con un pintor de aspecto noble y apellido de pintor o de pintura (en cualquier caso, un señor altamente estimable), tampoco asistí a la boda porque tal evento furtivo ocurrió al borde de un río en la Amazonía y, si bien los novios estuvieron presentes (o eso aseguran ellos), no hubo cura, juez ni testigo, y puede que ahora mismo mi hermana D. y su esposo no sepan llegar al paraje exótico en que se casaron. Podría decirse entonces que yo estuve ausente en su boda y que ellos probablemente también.

DOS
Mi hermana C. se casó con P, joven propenso a la mitomanía desde niño. Mis padres le hicieron al joven P. la vida imposible (no lo dejaban entrar a la casa), pero el joven P, tozudo, prevaleció, toleró todas las humillaciones imaginables (y también las inimaginables) y al final conquistó el corazón de mi hermana C. y se ganó el cariño de mis padres, que aprendieron a quererlo como si fuera su hijo. Pero el matrimonio, que dejó descendencia vasta, no supo perdurar, y de ello tuvo parcial responsabilidad mi señora madre, quien, en un acto de bondad infinita, le pidió a su yerno, el esposo de mi hermana C, o sea el joven P, que le diera trabajo a una señorita, hija de una amiga de mi madre. Mi ex cuñado, el esposo de mi hermana C, o sea el joven P, le ofreció empleo a la señorita para complacer a mi madre, pero luego encontró considerable solaz y regocijo llevando a la señorita, en horas de oficina, a un hostal discreto de San Isidro, y no precisamente para trabajar con ella sino para complacerla, quiero decir, para “chancarla”, como dicen ahora los jóvenes (esos jóvenes que me escriben en Facebook diciéndome: “Láctala”). No estuve presente en la boda de mi hermana C. con mi ex cuñado P. porque, si bien me invitaron, en aquella época tenía una cita con la cocaína y el whisky todas las noches, y ningún oficio religioso ni fiesta familiar podía distraerme de cumplir tales compromisos perniciosos. Como era previsible, mi hermana C. se divorció de mi ex cuñado P. cuando descubrió que el buen P. estaba montándose a la señorita que había empleado a pedido de mi madre. Que se sepa, P. y la señorita han sellado una relación formal y cohabitan bajo el mismo techo. Aun ahora, mi madre niega haberle pedido a P. que le diese trabajo a la señorita, hija de su amiga. No me acuerdo nada, dice la santa de mi madre.

TRES
Mi hermano A. se casó con su novia K. en una ciudad, un templo y un año que desconozco mayormente. No sé si fui invitado, solo puedo dar fe de que no asistí al civil ni al religioso ni al militar, si hubo casorio militar (que ahora se vienen tiempos de mucha boda militar). Esto no era predecible cuando niños, dado que A. era mi buen amigo y solíamos jugar fútbol juntos. Sin embargo, A. se dedicó a los deportes (suele correr diez kilómetros por la mañana, al alba, y otros diez al final de la tarde, cuando oscurece) y yo me dediqué a no hacer deportes o a los vicios o al sosiego ermitaño y eso nos distanció sin que hubiese animosidad alguna por mi parte o la suya (aunque de esto último ya no estoy tan seguro). Pero es un hecho cierto que no estuve en su boda, que no le regalé nada, que no conozco su casa y que no le mando regalos por su cumpleaños ni por Navidad. Ello no obstante, mi hermano A. estuvo de paso recientemente por esta ciudad y me invitó a correr diez kilómetros por la mañana. Allí nos vemos, le dije. Lo que no le dije era dónde estaba ubicado “allí”. Tal vez me refería a un lugar que no aparece en Google Maps.

CUATRO
Mi hermano O. se casó con la bella M. y la noticia me colmó de felicidad porque siento por ambos genuina simpatía. Debido a eso, y de veras deseándolo, y por primera vez deshonrando una antigua tradición personal, acudí a una iglesia desvencijada en Pueblo Libre para mirar desde afuera el acto circunspecto en que declararon su amor ante sacerdote revestido de sotana blanca. Más aún (o peor aún), asistí a la fiesta posterior al matrimonio religioso. Dicha fiesta se celebró en casa de unos tíos cuyos hijos son antropófagos (o al menos dos de ellos lo son, o lo eran entonces), razón por la cual estuve apenas media hora y salí huyendo, espantado por la voracidad de mis primos, que creo que querían comerse a mi ex esposa, aunque no en su dimensión caníbal, si me dejo entender.

CINCO
Mi hermano J. se casó con la guapa R. y no es con orgullo que reconozco que no sé dónde se casaron, que no asistí al matrimonio y que no me dejé caer con regalo o donativo simbólico, una cucharita de plata por lo menos. Una vez más, me porté como un patán, y ya ni siquiera tenía a las drogas como disculpa o coartada: supongo que no fui porque las reuniones familiares me provocan auténtico pavor y siento que en la familia, en su más amplia extensión, es donde se agazapan mis más peligrosos y sañudos enemigos (y no me refiero desde luego a mi hermano J. ni a su esposa R, que son encantadores y grandes anfitriones y con los cuales pasé una tarde en Bujama que no olvidaré). Debería hacerles llegar un regalo. Nunca es tarde. Y mi hermano J. se ha portado como un caballero conmigo (quiero decir, me ha prestado plata).

SEIS
Mi hermano M. no se ha casado aún porque está viviendo una tórrida luna de miel consigo mismo. Que le dure.

SIETE
Mi hermano F. se casó con la espléndida N. y yo no estuve en la boda ni me matriculé con regalo alguno ni he procurado cultivar amistad bienhechora con ellos, lo que ha sido del todo recíproco por su parte, una abulia o indiferencia que, es bueno aclarar, está desprovista de cualquier sentimiento de rencor, envidia o mezquindad, una apatía que se funda principalmente en el egoísmo, en el hecho callado de que la vida del otro, aun siendo tu propio hermano, no te importa demasiado, no te importa gran cosa, es decir que le deseas lo mejor, pero no deseas verlo, sobre todo porque sabes que tu hermano F. suele ser corto de paciencia (polvorita, dicen los argentinos) y no es hombre de andarse quieto, pues cuando no está trotando está nadando y cuando no está nadando está trotando para meterse a nadar. Es, pues, un muchacho admirable e infatigable, que, sospecho, aunque no debería contarlo, mucho no me quiere, debido a una razón del todo comprensible, y es que se parece tanto a mí, que todo el día le preguntan: oye, ¿tú eres hermano de B? Y él a estas alturas (y repito: es comprensible) ya dice, harto de mí: No, no soy su hermano, y no lo conozco, y no me cae bien, y es un vendido a la mafia y a los mineros que le pagaron por apoyar a K.

OCHO
Mi hermano J. no se ha casado (no todavía) con la adorable N, y si algún día se casan (pero son muy inteligentes y no llevan premura y saben amarse sin esas odiosas formalidades) no cabe duda de que, si me invitan, allí estaré con entusiasmo. Pero, entre las muchas cosas que admiro de ellos, sin duda celebro que no estén casados, que vivan juntos en una ciudad remota y apacible y que hayan hecho un esfuerzo deliberado por sortear el maleficio del casamiento, por no caer en esa trampa pantanosa en la que yo también me enfangué alguna vez. Si llevo bien las cuentas, he asistido, pues, a un sola boda de mis nueve hermanos, y hoy se me escapó otra boda más en la que soy, de nuevo, y con perdón, el hermano ausente.

NUEVE
Porque esta misma noche está casándose en Lima, por civil, ante funcionario edil, mi hermano A. con su angelical esposa F. Si bien he sido invitado por ellos y sobre todo por mi madre, no puedo ya volver al Perú, y tal impedimento (de llegada) tiene una vigencia de por lo menos cinco años, de modo que, ahora mismo, mientras mi hermano A. y su flamante esposa F. deben de estar bailando y gozando como ellos bien se merecen (porque son una pareja encantadora), yo estoy en la isla, a miles de kilómetros, pensando que tal vez me hubiera gustado estar en la fiesta familiar de esta noche, pero ya se ve que está en mi destino no acudir a fiestas familiares y en particular a las bodas de mis hermanos, porque de haber ganado la señora K. las elecciones, seguramente hubiera sentido mejor disposición para viajar a Lima, pero como los dados cayeron de un modo desfavorable a mis expectativas, y como ahora aquella ciudad está ocupada por huestes castrenses que me son hostiles, el azar, ese dios caprichoso, ha querido que me pierda una boda más de un hermano más, por lo que aquí le expreso a mi hermano mis rendidas disculpas y sin embargo le confieso la certeza de que mi ausencia contribuirá de un modo marginal (pero no desdeñable) a la felicidad de la fiesta. 

DIEZ
En marzo de este año mi joven y bella esposa S. y yo nos casamos ante jueza de Miami y ahora llevamos anillos y al parecer nos amamos sanamente. Esto no es suficiente para mi santa madre que está en el cielo que es la tierra. Ella desea (anhela) que nos casemos en templo religioso, a ser posible en suelo peruano, antes de fin de año. Siento de veras decirle a mi señora madre que, una vez más, me veo obligado a decepcionarla. Pero, nunca digas nunca, quizá S. y yo nos casemos este año en la iglesia católica, episcopal o presbiteriana de la isla, según sea el costo del servicio religioso, pues en esto y en todo lo demás mi joven esposa S. y yo somos muy laxos y ecuménicos.

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