lunes, 6 de junio de 2011

El Perdedor

UNO
En abril de 1985 yo acababa de cumplir 20 años y era un joven periodista de Canal 5 de Lima. A dos semanas de las elecciones presidenciales, luego de meditarlo y evaluar los riesgos no menores que tal operación acarreaba, decidí hacer un último y desesperado esfuerzo por impedir el triunfo en primera vuelta del joven, brillante y persuasivo candidato aprista, Alan García. Basado en la información médica que me pasó discretamente un veterano líder del partido de García, hice acopio de coraje y, en un programa en vivo y en directo, le pregunté a García, a pocos días de la elección, y a sabiendas de que encabezaba con holgura las encuestas de intención de voto, si era verdad que lo habían sometido a una “cura del sueño” años atrás (lo era: había sido sedado en la clínica San Felipe por un cuadro de severa depresión, según me contó el propio Alan muchos años después, depresión que él atribuye a la muerte de Haya de la Torre). Aquella noche de abril de 1985 creí ingenuamente que mi intrépida pregunta podía cambiar la historia del Perú. Aquella noche quise ponerle una zancadilla a Alan para sabotear su triunfo. Alan se enfadó con la pregunta, se negó a responderla alegando que se trataba de un golpe bajo. Dos semanas después, Alan obtuvo un aluvión de votos, a tal punto que el segundo candidato más votado, Alfonso Barrantes, tuvo el gesto noble y elegante de retirarse de la segunda vuelta y concederle la victoria. Fue mi primera derrota. Fue mi primer fracaso. Quise impedir el triunfo de Alan con una sola pregunta y fracasé. Fracasé en toda la línea. No solo porque Alan ganó de modo abrumador, sino porque días después me echaron de la televisión peruana y tuve que pasar los cinco años del gobierno de Alan viviendo más tiempo en Santo Domingo, donde tuve la suerte de que me dieran un programa de televisión, que en Lima. Tendría que haber aprendido entonces que ningún periodista de televisión tiene el poder de cambiar la suerte de una elección presidencial y que, si lo intenta, lo más probable es que pierda su trabajo. El tiempo demostró mi absoluta incapacidad de entender esa verdad tan simple. Soy un periodista contumaz que reincide obstinadamente en el error.

DOS
En 1990, el gerente de Canal 4 de Lima me llamó y me ofreció un programa todas las noches para apoyar la candidatura de Mario Vargas Llosa. No lo dudé. Acepté con entusiasmo. Inicié el programa en enero, seguro de que Mario ganaría, como sugerían las encuestas. A medida que se acercaba la primera vuelta, vimos cómo crecía la candidatura de un perfecto desconocido, Alberto Fujimori. Todas las noches en mi programa intenté persuadir a mis compatriotas de que votasen por el señor Vargas Llosa y de que no votasen por el señor Fujimori. No ahorré argumentos para intentar demoler la candidatura de “El Chino”, como lo llamaba la gente. Me la jugué apasionadamente por Vargas Llosa. Hice mi mejor esfuerzo para que mi programa contribuyese a su victoria. Ya en la primera vuelta, fue evidente que había fracasado, pues Vargas Llosa y Fujimori obtuvieron casi la misma votación. A pesar de que en el ánimo de Vargas Llosa era evidente que ya no quería ganar la segunda vuelta (y algunos en su entorno familiar le aconsejaban renunciar), seguí apoyando con ferocidad combativa su candidatura y continué disparando sin compasión sobre Fujimori. Tan sangrienta batalla resultó inútil. Mi programa diario (lo mismo que el programa semanal del señor Hildebrandt, lo mismo que los programas de Augusto Ferrando y Gisela Valcárcel) no ayudó en modo alguno a que Vargas Llosa ganase. Probablemente, ayudó incluso a que perdiese, pues los peruanos se llevaron la impresión de que, virtualmente, toda la televisión apoyaba con ánimo militante la candidatura de Vargas Llosa y linchaba con virulencia a Fujimori. Una vez más, perdí. De nuevo, hice campaña apasionada por el perdedor. Por segunda ocasión en mi carrera de periodista, confirmé que mis habilidades persuasivas eran escasas, si no nulas. Como ya había ocurrido cuando quise impedir el triunfo de Alan García y terminé perdiendo mi trabajo, tuve que irme del Perú cuando, en abril de 1992, el señor Fujimori dio el golpe de Estado. Los ocho años de la dictadura de Fujimori los viví en los Estados Unidos, visitando esporádicamente Lima para reunirme con mis hijas. Los ocho años de la dictadura de Fujimori me gané la vida en la televisión de Estados Unidos y me di el gusto de pagar mis impuestos en los Estados Unidos y no a la dictadura de Fujimori. Tendría que haber aprendido en 1990 que un periodista de televisión (o al menos yo) carece del poder para volcar la suerte de una elección en un sentido o en otro. Pero está claro que no lo aprendí.

TRES
El año 2000 me opuse públicamente a la reelección ilegal del dictador Fujimori. Solo el diario El Comercio publicaba mis artículos contra esa reelección fraudulenta. Aconsejé a los amigos de Fujimori que lo disuadieran de postularse. Fue en vano, desde luego. Puesto que me negué a apoyar su candidatura, me peleé con mis amigos José Enrique y José Francisco Crousillat, dueños de Canal 4, y terminé haciendo, desde Miami, un programa en solitario, sin público ni invitados, en el que me abandonaba a un largo y encendido soliloquio (monólogo que no parecía incomodarme, pues ya se sabe que escucharme es una de mis pasiones favoritas), procurando convencer a los peruanos de que votasen por Alejandro Toledo y elogiando sin reservas a su esposa, Eliane Karp. Ese programa, que sospecho nadie recuerda, fue emitido en el Perú todos los domingos por la noche (10 de la noche) el año 2000, en el Canal 13 de Lima, entonces llamado por sus gerentes, la familia Palermo, “Canal A”. Nunca me pagaron un penique por el año entero que emitieron mi programa haciendo campaña a favor de Toledo. Una vez más, fracasé. Toledo perdió. Yo perdí con Toledo. Recuerdo que cuando llegué a casa de mis padres y anuncié que había votado por Toledo, la familia entera estuvo a punto de echarme a patadas de la casa, pues todos apoyaban a Fujimori y habían votado por él. Fue mi tercer fracaso consecutivo. Mi récord como boxeador del periodismo era ya bastante desmoralizador: tres peleas, tres derrotas. Sin embargo, me negué a colgar los guantes.

CUATRO
En el verano limeño del 2001, la gerencia de Canal 2 de Lima me ofreció un programa para apoyar la candidatura de Toledo. Acepté encantado. Mi plan era apoyar de nuevo al señor Toledo y votar por él. El programa lo llamé El Francotirador. Contrariamente a mis planes, terminé disparando no contra los adversarios del señor Toledo, sino contra el propio señor Toledo, pues el destino trajo a mí a una señora piurana, Lucrecia Orozco, y a una adolescente brillante, su hija Zaraí, quienes me convencieron, tras mostrarme un voluminoso legajo de expedientes judiciales, de que el señor Toledo se había pasado los últimos trece años negando a su hija Zaraí en los tribunales de Piura. Decepcionado de la conducta innoble de Toledo, defendí con ardor a Zaraí y su madre y anuncié que no votaría por un hombre que me avergonzaba por negar a su propia hija y que votaría por Lourdes Flores. Tal cambio de simpatías me trajo no pocos conflictos en el canal 2, que seguía apoyando a Toledo cuando yo, desde mi programa, le había declarado la guerra a Toledo por el caso Zaraí. Perdí en la primera vuelta porque Lourdes Flores quedó en el camino. Luego hice una campaña tan apasionada como inútil a favor del voto en blanco en la segunda vuelta, defendiendo quijotescamente la idea principista de que un hombre que negaba a su hija no merecía ser Presidente del Perú. Volví a perder. Los peruanos eligieron presidente a ese hombre que negaba con descaro a su hija. De nuevo, mi programa de televisión fue inútil para socavar a Toledo y propiciar la victoria de Lourdes. Una vez más, por tercera vez, defendí una causa que me pareció justa y, sin embargo, perdí en toda la línea. Como era previsible, tan pronto como terminó la campaña y ganó Toledo, el dueño de Canal 2 me despidió, burlándose de mí.

CINCO
En febrero de 2006, el dueño de Canal 2 se había enemistado con el entonces presidente Toledo y me ofreció volver a su canal con El Francotirador. No lo dudé. Llevaba varios años alejado de la televisión, viviendo entre Miami y Buenos Aires, y quería sacarme el clavo y contribuir, aunque sólo fuera por una vez en mi vida, a que la candidatura de mis simpatías prevaleciera. Usé mi programa en Canal 2 para atacar despiadadamente a los candidatos García y Humala y apuntalar sin disimulo la candidatura de Lourdes Flores. A pesar de mis esfuerzos retóricos, o tal vez como consecuencia de ellos, Lourdes volvió a quedar rezagada. Recuerdo la noche insólita del conteo de la primera vuelta: Lourdes se impacientó y anunció que había pasado junto con Humala a la segunda vuelta, don Luis Bedoya festejó la aparente victoria de su discípula, yo celebré con aspavientos en mi programa en vivo en Canal 2 y dimos por hecho que Lourdes había superado por fin la valla aciaga de la primera vuelta. Pero, al caer la noche, los números de Alan fueron creciendo, Alan empató a Lourdes, Alan pasó a Lourdes y, unos días después, el resultado oficial confirmó que era Alan y no Lourdes quien había quedado en segundo lugar. Una vez más, por quinta vez consecutiva, convertí mi programa en una trinchera de combate a favor de una candidatura, la de Lourdes Flores, y perdí en toda la línea. Mi palmarés era tremendo: cinco peleas, cinco derrotas. Un peleador más humilde se hubiera retirado. Pero la humildad no parece ser una de mis virtudes más conspicuas.

SEIS
En octubre del año pasado, el dueño de Canal 2 de Lima me despidió. Probablemente lo hizo para complacer a un número no menor de amigos poderosos, a quienes mi programa resultaba irritante: Alan García, Luis Castañeda, Alejandro Toledo, Lourdes Flores. Probablemente lo hizo para sacarme del juego de la campaña presidencial, a sabiendas de que yo criticaría a los señores Toledo y Castañeda y apoyaría a Keiko Fujimori. Como ningún canal peruano quiso contratarme, me mudé a Miami y me resigné a hacer televisión en esa ciudad. No estaba en mis planes más remotos que algún canal peruano me llamase durante la campaña presidencial. Era claro que me habían sacado del juego para que no ejerciera influencia alguna. Al menos pude escribir, antes de la primera vuelta, una columna en este diario apoyando a Keiko. Luego de la primera vuelta, y como los candidatos en carrera eran Ollanta Humala y la señora Fujimori, recibí una llamada de la gerencia de Canal 4 de Lima. Me pidieron hacer un programa los domingos. Acepté encantado. Me pidieron viajar a Lima todos los domingos. Me excusé. Dije que por razones familiares no podía viajar a Lima todos los fines de semana. La gerencia de Canal 4 fue extraordinariamente generosa conmigo y me dijo que aceptaba mi programa vía satélite. No fue difícil organizar el programa para Canal 4 porque ya tenía estudio y escenografía para el programa que hacía en Miami. Alquilé dicho estudio los cinco domingos de mayo. En efecto, le pagué 60 mil dólares al dueño del canal de Miami. Contraté al personal técnico y periodístico. Leí en la prensa peruana que las empresas mineras me habían pagado una millonada por hacer mi programa. Por supuesto, no era verdad. Nadie me había pagado nada. Ni siquiera sabía si ganaría algún dinero, pues el gerente del Canal 4 me prometió una fracción menor de las ventas publicitarias que generase mi programa, y como el programa resultó de una naturaleza combativa al candidato Humala, muchos auspiciadores prefirieron no acompañarme en la cruzada. Domingo a domingo, fueron retirándose empresas cautelosas que antes ponían sus anuncios en mi programa. Domingo a domingo, cinco domingos consecutivos, hice mi más esforzada contribución para persuadir a los peruanos de que el señor Ollanta Humala había tramado un golpe contra la democracia el año 2005, que el señor Humala había aplaudido ese golpe fallido, que el señor Humala había llamado “patriotas” a los golpistas que mataron a cuatro policías en esa emboscada y que, por consiguiente, un militar que había perpetrado y festejado un golpe sangriento contra un gobierno democrático hace seis años no merecía ser Presidente del Perú. Por lo visto, teniendo en cuenta los resultados de ayer, mi programa, fiel a una vieja tradición, ha sido un fracaso más en mi carrera de periodista combativo. Por lo visto, el señor Humala ha ganado con claridad: felicitaciones y buena suerte. Por lo visto, mis programas en Canal 4 fueron inútiles para impedir su victoria. No pude convencer a mis compatriotas de que un golpista como Humala era más peligroso que la hija de un golpista como Keiko. He vuelto a perder. Sigo siendo un perdedor. Una vez más, me toca estar en el bando de los perdedores. Anuncio con orgullo que sigo sin conocer la victoria: en más de veinticinco años peleando en los estudios de televisión, he librado seis feroces combates presidenciales y he besado la lona y perdido por KO esas seis veces. El perdedor ha vuelto a perder. No por eso, está dispuesto a rendirse. El perdedor sabe que si alguien lo llama en cinco años, volverá a ponerse los guantes para pelear limpia y apasionadamente por sus convicciones.

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