lunes, 27 de junio de 2011

El hermano ausente

A Andy, con aprecio y admiración.

UNO
Mi hermana D. subió a un bus hacia los Andes, se casó con Dios y se recluyó en un convento. No asistí al casamiento, tal vez porque el convento quedaba en el medio de la nada, cerca de Abancay. No tuve la dicha de ver a mi hermana D. casi diez largos años. Luego dejó de ser monja, regresó a Lima, se enredó con novios pintores y se dedicó a la moto y correr olas. Cuando se casó con un pintor de aspecto noble y apellido de pintor o de pintura (en cualquier caso, un señor altamente estimable), tampoco asistí a la boda porque tal evento furtivo ocurrió al borde de un río en la Amazonía y, si bien los novios estuvieron presentes (o eso aseguran ellos), no hubo cura, juez ni testigo, y puede que ahora mismo mi hermana D. y su esposo no sepan llegar al paraje exótico en que se casaron. Podría decirse entonces que yo estuve ausente en su boda y que ellos probablemente también.

DOS
Mi hermana C. se casó con P, joven propenso a la mitomanía desde niño. Mis padres le hicieron al joven P. la vida imposible (no lo dejaban entrar a la casa), pero el joven P, tozudo, prevaleció, toleró todas las humillaciones imaginables (y también las inimaginables) y al final conquistó el corazón de mi hermana C. y se ganó el cariño de mis padres, que aprendieron a quererlo como si fuera su hijo. Pero el matrimonio, que dejó descendencia vasta, no supo perdurar, y de ello tuvo parcial responsabilidad mi señora madre, quien, en un acto de bondad infinita, le pidió a su yerno, el esposo de mi hermana C, o sea el joven P, que le diera trabajo a una señorita, hija de una amiga de mi madre. Mi ex cuñado, el esposo de mi hermana C, o sea el joven P, le ofreció empleo a la señorita para complacer a mi madre, pero luego encontró considerable solaz y regocijo llevando a la señorita, en horas de oficina, a un hostal discreto de San Isidro, y no precisamente para trabajar con ella sino para complacerla, quiero decir, para “chancarla”, como dicen ahora los jóvenes (esos jóvenes que me escriben en Facebook diciéndome: “Láctala”). No estuve presente en la boda de mi hermana C. con mi ex cuñado P. porque, si bien me invitaron, en aquella época tenía una cita con la cocaína y el whisky todas las noches, y ningún oficio religioso ni fiesta familiar podía distraerme de cumplir tales compromisos perniciosos. Como era previsible, mi hermana C. se divorció de mi ex cuñado P. cuando descubrió que el buen P. estaba montándose a la señorita que había empleado a pedido de mi madre. Que se sepa, P. y la señorita han sellado una relación formal y cohabitan bajo el mismo techo. Aun ahora, mi madre niega haberle pedido a P. que le diese trabajo a la señorita, hija de su amiga. No me acuerdo nada, dice la santa de mi madre.

TRES
Mi hermano A. se casó con su novia K. en una ciudad, un templo y un año que desconozco mayormente. No sé si fui invitado, solo puedo dar fe de que no asistí al civil ni al religioso ni al militar, si hubo casorio militar (que ahora se vienen tiempos de mucha boda militar). Esto no era predecible cuando niños, dado que A. era mi buen amigo y solíamos jugar fútbol juntos. Sin embargo, A. se dedicó a los deportes (suele correr diez kilómetros por la mañana, al alba, y otros diez al final de la tarde, cuando oscurece) y yo me dediqué a no hacer deportes o a los vicios o al sosiego ermitaño y eso nos distanció sin que hubiese animosidad alguna por mi parte o la suya (aunque de esto último ya no estoy tan seguro). Pero es un hecho cierto que no estuve en su boda, que no le regalé nada, que no conozco su casa y que no le mando regalos por su cumpleaños ni por Navidad. Ello no obstante, mi hermano A. estuvo de paso recientemente por esta ciudad y me invitó a correr diez kilómetros por la mañana. Allí nos vemos, le dije. Lo que no le dije era dónde estaba ubicado “allí”. Tal vez me refería a un lugar que no aparece en Google Maps.

CUATRO
Mi hermano O. se casó con la bella M. y la noticia me colmó de felicidad porque siento por ambos genuina simpatía. Debido a eso, y de veras deseándolo, y por primera vez deshonrando una antigua tradición personal, acudí a una iglesia desvencijada en Pueblo Libre para mirar desde afuera el acto circunspecto en que declararon su amor ante sacerdote revestido de sotana blanca. Más aún (o peor aún), asistí a la fiesta posterior al matrimonio religioso. Dicha fiesta se celebró en casa de unos tíos cuyos hijos son antropófagos (o al menos dos de ellos lo son, o lo eran entonces), razón por la cual estuve apenas media hora y salí huyendo, espantado por la voracidad de mis primos, que creo que querían comerse a mi ex esposa, aunque no en su dimensión caníbal, si me dejo entender.

CINCO
Mi hermano J. se casó con la guapa R. y no es con orgullo que reconozco que no sé dónde se casaron, que no asistí al matrimonio y que no me dejé caer con regalo o donativo simbólico, una cucharita de plata por lo menos. Una vez más, me porté como un patán, y ya ni siquiera tenía a las drogas como disculpa o coartada: supongo que no fui porque las reuniones familiares me provocan auténtico pavor y siento que en la familia, en su más amplia extensión, es donde se agazapan mis más peligrosos y sañudos enemigos (y no me refiero desde luego a mi hermano J. ni a su esposa R, que son encantadores y grandes anfitriones y con los cuales pasé una tarde en Bujama que no olvidaré). Debería hacerles llegar un regalo. Nunca es tarde. Y mi hermano J. se ha portado como un caballero conmigo (quiero decir, me ha prestado plata).

SEIS
Mi hermano M. no se ha casado aún porque está viviendo una tórrida luna de miel consigo mismo. Que le dure.

SIETE
Mi hermano F. se casó con la espléndida N. y yo no estuve en la boda ni me matriculé con regalo alguno ni he procurado cultivar amistad bienhechora con ellos, lo que ha sido del todo recíproco por su parte, una abulia o indiferencia que, es bueno aclarar, está desprovista de cualquier sentimiento de rencor, envidia o mezquindad, una apatía que se funda principalmente en el egoísmo, en el hecho callado de que la vida del otro, aun siendo tu propio hermano, no te importa demasiado, no te importa gran cosa, es decir que le deseas lo mejor, pero no deseas verlo, sobre todo porque sabes que tu hermano F. suele ser corto de paciencia (polvorita, dicen los argentinos) y no es hombre de andarse quieto, pues cuando no está trotando está nadando y cuando no está nadando está trotando para meterse a nadar. Es, pues, un muchacho admirable e infatigable, que, sospecho, aunque no debería contarlo, mucho no me quiere, debido a una razón del todo comprensible, y es que se parece tanto a mí, que todo el día le preguntan: oye, ¿tú eres hermano de B? Y él a estas alturas (y repito: es comprensible) ya dice, harto de mí: No, no soy su hermano, y no lo conozco, y no me cae bien, y es un vendido a la mafia y a los mineros que le pagaron por apoyar a K.

OCHO
Mi hermano J. no se ha casado (no todavía) con la adorable N, y si algún día se casan (pero son muy inteligentes y no llevan premura y saben amarse sin esas odiosas formalidades) no cabe duda de que, si me invitan, allí estaré con entusiasmo. Pero, entre las muchas cosas que admiro de ellos, sin duda celebro que no estén casados, que vivan juntos en una ciudad remota y apacible y que hayan hecho un esfuerzo deliberado por sortear el maleficio del casamiento, por no caer en esa trampa pantanosa en la que yo también me enfangué alguna vez. Si llevo bien las cuentas, he asistido, pues, a un sola boda de mis nueve hermanos, y hoy se me escapó otra boda más en la que soy, de nuevo, y con perdón, el hermano ausente.

NUEVE
Porque esta misma noche está casándose en Lima, por civil, ante funcionario edil, mi hermano A. con su angelical esposa F. Si bien he sido invitado por ellos y sobre todo por mi madre, no puedo ya volver al Perú, y tal impedimento (de llegada) tiene una vigencia de por lo menos cinco años, de modo que, ahora mismo, mientras mi hermano A. y su flamante esposa F. deben de estar bailando y gozando como ellos bien se merecen (porque son una pareja encantadora), yo estoy en la isla, a miles de kilómetros, pensando que tal vez me hubiera gustado estar en la fiesta familiar de esta noche, pero ya se ve que está en mi destino no acudir a fiestas familiares y en particular a las bodas de mis hermanos, porque de haber ganado la señora K. las elecciones, seguramente hubiera sentido mejor disposición para viajar a Lima, pero como los dados cayeron de un modo desfavorable a mis expectativas, y como ahora aquella ciudad está ocupada por huestes castrenses que me son hostiles, el azar, ese dios caprichoso, ha querido que me pierda una boda más de un hermano más, por lo que aquí le expreso a mi hermano mis rendidas disculpas y sin embargo le confieso la certeza de que mi ausencia contribuirá de un modo marginal (pero no desdeñable) a la felicidad de la fiesta. 

DIEZ
En marzo de este año mi joven y bella esposa S. y yo nos casamos ante jueza de Miami y ahora llevamos anillos y al parecer nos amamos sanamente. Esto no es suficiente para mi santa madre que está en el cielo que es la tierra. Ella desea (anhela) que nos casemos en templo religioso, a ser posible en suelo peruano, antes de fin de año. Siento de veras decirle a mi señora madre que, una vez más, me veo obligado a decepcionarla. Pero, nunca digas nunca, quizá S. y yo nos casemos este año en la iglesia católica, episcopal o presbiteriana de la isla, según sea el costo del servicio religioso, pues en esto y en todo lo demás mi joven esposa S. y yo somos muy laxos y ecuménicos.

PD. Facebook: La página de Bayly.

domingo, 26 de junio de 2011

El Actor y el Escritor

UNO
El actor y el escritor se conocen cuando son jóvenes y, sin embargo, ya famosos. El actor es famoso porque sale en telenovelas. El escritor es famoso porque hace entrevistas en televisión. Solo son famosos en su país de origen, pero ellos se sienten famosos y caminan como famosos.
El escritor entrevista al actor en la televisión. Se caen bien. Se hacen amigos. Se hacen amantes. Son amantes a escondidas porque tienen miedo de que la gente que los ve en televisión deje de verlos si lo sabe. Nadie sabe que son amantes, ni siquiera sus amigos, sus familias ni, por supuesto, sus novias.
El actor ha sido amante de otros hombres. Es más joven que el escritor, pero tiene más experiencia en el amor a los hombres. También tiene más experiencia en ocultar ese amor. Por eso suele viajar a otros países donde puede permitirse estar con hombres sin que se enteren en la ciudad en la que vive, donde tiene fama de mujeriego.
El escritor no tiene fama de mujeriego, pero ciertas mujeres lo persiguen porque les inspira ternura. Ha tratado de enamorarse de una mujer, pero todavía no lo ha conseguido porque sus primeras experiencias con mujeres fueron traumáticas y porque cree que sólo podrá enamorarse de un hombre. El actor es su primer hombre. Se entrega a él. Se enamora de él. Siente que ninguna mujer podría gustarle como él.
El actor y el escritor son amantes furtivos. No viven juntos. Viven cerca. Se ven muy tarde en la noche, después de trabajar, después de estar con sus novias. Tienen miedo de que alguien los descubra. Pero no pueden dejar de verse. Tal vez están enamorados y no lo saben. Tal vez no están enamorados y lo que los atrae es la complicidad que surge del secreto que los une.
El escritor le promete que algún día escribirá una película en la que el actor será la estrella. El actor se ríe, no le cree. El actor le confiesa que su sueño es ser un cantante famoso. El escritor le cree.
El escritor le dice que su sueño es irse a vivir a otro país y vivir con él sin tener que pasarse la vida ocultando el secreto. El actor le dice que eso es imposible, que nunca podrán vivir juntos y amarse sin esconderlo.
El escritor se cansa de vivir mintiendo y se va a vivir a otro país. Se siente libre por fin, pero extraña al actor. Le pide que se vaya a vivir con él. El actor va a visitarlo, pero vuelve a su país porque prefiere vivir donde es famoso. Le da miedo romper el secreto. Cree que si la gente se entera de que le gustan los hombres, se quedará sin trabajo, dejarán de ofrecerle papeles en la televisión. El escritor le dice que está equivocado, que le ofrecerán papeles más interesantes, pero el actor no le cree.
El escritor se muda a una ciudad más fría. No quiere volver a la televisión. Tiene unos ahorros. Puede escribir. Escribe. Sólo escribe. Escribe de las cosas que más le duelen. Escribe del amor a los hombres. Escribe del hombre al que amó, del hombre al que todavía ama, el actor. Cambia los nombres, lo presenta como una novela, pero, cuando el libro es publicado, mucha gente en su país reconoce al actor y al escritor que están tan obviamente agazapados tras los personajes ficticios que los encubren mal.
El escritor ha roto el secreto. El actor se siente traicionado. Todos saben o sospechan que fueron amantes. El escritor aclara que el libro es ficción, pero nadie le cree, la gente no es tonta. El actor se esconde, no da entrevistas, niega todo, odia al escritor, al que considera malvado y traidor.
El escritor se casa y tiene hijos. El actor se casa y tiene hijos. El escritor se divorcia y reconoce que le gustan los hombres. El actor se divorcia y no reconoce que le gustan los hombres. El escritor tiene cierto éxito, a pesar de que reconoce que le gustan los hombres o debido a eso. El actor tiene cierto éxito, a pesar de que no reconoce que le gustan los hombres o debido a eso.
El escritor publica varios libros en los que aparece la sombra del actor. El actor le dice a la prensa que no ha leído esos libros. El escritor sabe que es mentira.
No pocos años pasan sin que se vean o se escriban o se hablen. En realidad se han visto alguna vez en un aeropuerto, pero se han ignorado. El actor está más gordo, se deja barba, tiene fama de alcohólico y depresivo, deja amantes despechados en varios países. El escritor está más gordo, escribe peor, tiene fama de drogadicto y ermitaño, se pelea con las pocas personas que todavía lo quieren.
En una visita a la ciudad donde nació, el escritor va a un programa de televisión de alta audiencia. Le preguntan por el actor. Dice que fueron amantes, que lo recuerda con cariño, que lo extraña, que le gustaría volver a verlo. Es un escándalo, uno más en la carrera del escritor.
Tiempo después el actor le escribe un correo electrónico. Le dice que quiere verlo. Le da su teléfono. El escritor lo llama. Hablan por fin. Se hablan con cariño. Han pasado casi veinte años y están hablando con la complicidad perdida de cuando eran amantes secretos. Quieren verse. Necesitan verse. Acuerdan verse al día siguiente, viernes, a la tarde, en el hotel donde se aloja el escritor, en los suburbios de la ciudad. El escritor le dice que lo llamará para confirmarle la hora del encuentro. El actor le dice que estará esperando la llamada.
Al día siguiente, viernes, el escritor decide no llamarlo. No tiene una razón para no llamarlo. Quiere verlo. Pero decide no llamarlo.
El actor se queda esperando la llamada. A medianoche, le escribe un correo electrónico lleno de insultos. El escritor se sorprende del odio que recorre esas palabras. Le contesta que tuvo un día complicado, que por eso no lo llamó, pero que eso no justifica los insultos y que es mejor que no se vean si todavía hay tanto odio.
Pasan no pocos años sin que se vean o se escriban o se hablen. Un reportero le pregunta al actor si algún día irá al programa de televisión del escritor. El actor se enfurece, trata mal al reportero, se niega a contestar. El reportero y sus colegas van con el cuento donde el escritor. Le dicen que el actor se vuelve loco cuando mencionan su nombre. El escritor les dice que él siempre recordará con cariño al actor, que alguna vez fueron amigos muy íntimos (pone énfasis en muy) y que le encantaría volver a verlo. El reportero y sus colegas van con el cuento donde el actor. (Veinte años atrás, hablaban en una cama, en secreto, fumando marihuana. Ahora se mandan mensajes con reporteros de espectáculos). El actor responde que no quiere ver nunca más al escritor, que no lo considera su amigo, que nunca fue su amigo íntimo ni muy íntimo ni nada.
El escritor enciende la televisión y ve al actor cantando en una publicidad de detergentes.
-Qué raro –piensa-. No tiene huevos para salir del closet, pero sí para hacer un comercial de detergentes.
El escritor sonríe y piensa que algún día escribirá una película en la que el actor será la estrella, o más probablemente que algún día ambos harán un comercial de detergentes.

DOS
El actor escribe un correo electrónico al escritor, sorprendiéndolo: Hola,
(Al escritor le sorprende la coma, que sugiere que tal vez el actor escribió algo que luego borró o quiso escribir y reprimió. Es, en todo, caso una coma prometedora).
El escritor responde: ¿Cómo estás?
El actor escribe: No bien,
(De nuevo, la coma intriga al escritor, pues al parecer delata cierta angustia o desasosiego, unas ganas de decir algo que quedan frustradas).
El escritor escribe: ¿Por qué? ¿Puedo ayudar en algo?
El actor pregunta: ¿Quién sabe de esto?
El escritor escribe: Nadie.
Desde luego, miente.
El actor escribe: Dame tu número.
El escritor escribe: No me gusta que me den órdenes. Las cosas se piden bonito.
El actor: No entiendo, no te he hablado mal, ¿o sí?
El escritor: Me dices: dame tu número. Suena un poco duro. Podrías decir: ¿te puedo llamar? El sábado estaré en Lima. Si te provoca, nos vemos en algún lugar discreto.
El escritor vuelve a escribirle: A ratos pienso que podríamos haber sido felices juntos y me da pena que no fuese así.
El actor escribe: No creo que nos podamos ver, tal vez será en otro tiempo.
(Lo que más le duele al escritor es que el actor diga “en otro tiempo”. Pudo decir “más adelante” o “en un tiempito”, pero “en otro tiempo” suena a “en otra vida”, a “nunca”).
Resignado, escribe: Suerte entonces, que todo vaya bien.
Educado, el actor se despide: Gracias, a ti también.
A despecho de su orgullo, el escritor insiste: ¿No piensas venir a Miami o ir a Buenos Aires? Me encantaría verte.
Le escribe, sin exagerar: Desperté soñando contigo. Habías venido a mi casa con una chica que era tu novia. La chica se llamaba Kanta y me saludaba con cariño. Luego tú me dabas un beso en la mejilla y me regalabas una camisa marrón.
Por fin el actor responde: He conocido a una chica, pero no sé.
El escritor escribe: Me pasa igual. Conozco chicas lindas, me acuesto con ellas, pero no me enamoro de nadie. Voy el fin de semana a Lima, veámonos, la vida se pasa y no nos veremos nunca y sería una pena.
Luego escribe: Estoy en Lima. Te quiero aunque no me creas.
El actor: No confío en ti.
El escritor: Yo tampoco confío en mí. Ni confío en ti. Nadie confía en nadie. Y no exageres el papel de víctima. Un escritor escribe lo que tiene que escribir y tú fuiste mi primer hombre y todo lo que escribí evocando ese momento inolvidable lo hice con amor y ternura. Si te molestó, fue por las malas razones, por miedo o vergüenza. Yo siempre sentiré orgullo de que fueras mi primer hombre y de que me gusten los hombres. No lo escondo y soy feliz así. Y creo que decir “es mi vida privada y de eso no hablo” es una salida cobarde. Entiendo que no confíes en mí y haces bien. Yo soy un escritor y lo seré hasta la última puta palabra que escriba, así como tú eres un actor y lo serás incluso cuando se te caigan los dientes.
El actor escribe: Esta vez sí te inspirastes (sic). Fuera de todo, tengo que proteger a mi hijo. Lo hago por él, sólo por él.
El escritor escribe: Te entiendo. Da miedo. Pero no lo estás protegiendo, lo estás haciendo más vulnerable. Yo sé que lo amas. Yo también amo a mis hijos. Pero lo mejor es que sepa quién eres de verdad y que se lo digas tú. Cuando yo les conté a mis hijos, se cagaron de risa y les dio igual porque saben que las amo, eso es lo único que les importa, no con quién me acuesto o no me acuesto. El problema de escondérselo es que tal vez algún día alguien le diga a tu hijo lo que tú no tuviste el valor de decirle y llegar tarde no sería bueno. Mi consejo es que no tengas miedo de decírselo porque no es una cosa mala. Él te amará siempre y mucho más si eres franco y le muestras tus debilidades. Porque, mira, si a un heterosexual famoso le preguntan si le gustan las mujeres, jamás diría: “es mi vida privada, de eso no hablo”.
El actor escribe: Lo que me jodió es que tuvistes (sic) que hablar. Carajo, si quieres habla de tu vida, pero no de los demás, al resto déjalo tranquilo. Tú quieres tirarte del avión, hazlo solo pero no conmigo. Jamás le diré a mi hijo esta mierda.
El escritor: Creo que te equivocas. Porque “esta mierda” es tu vida, tu pasado. Y si te avergüenzas de eso, haces mal. Y me temo que tu hijo lo sabrá igual, aunque quieras ocultárselo. En cuanto a mi derecho a hablar, de nuevo te equivocas. Primero, porque un escritor tiene derecho a contar su vida, en ficción o directamente en memorias, y al contarla, contar sus amores, y que tú fueras mi primer hombre no es ni será nunca una cosa menor. Segundo, porque nunca conté nada de manera vulgar o hiriente hacia ti, si te hirió fue porque no tienes el valor de aceptar la verdad y ahora la llamas “una mierda”. Y tercero, aun si no fuera escritor, no puedes exigirles a todos tus amantes hombres (que, como bien sabes, no han sido pocos) que por el resto de sus vidas guarden secreto absoluto de ti sólo porque no quieres salir del closet. La metáfora del avión no es exacta. Más exacto sería decir que tú decidiste quedarte en closet y quieres que todos tus amantes nos quedemos en el closet en solidaridad contigo.
El actor: Tú crees que eres feliz así. Yo no lo creo. Porque te dieron un espacio y la gente se caga de risa de cada tontería que hablas, ya crees que eso es la felicidad. Estás loco, no sé qué parte de la vida no la haz (sic) vivido, pero no sabes nada todabia (sic). No me gusta tu programa y lo sabes bien, ¿y? Esta chica es linda, pero no sé, hay algo que le falta…
(Esa última confesión le hace gracia al escritor y le hace pensar en una frase que escribió en su primera novela: “Tener sexo con una mujer es como comer comida vegetariana: sientes que te falta un pedazo de carne”).
El escritor escribe: Eres cómico. No soy feliz, pero soy razonablemente feliz porque vivo solo y tengo tres hijos que me aman y no tengo que ocultarles nada. También soy feliz porque soñaba con ser un escritor y me atreví y publiqué varias novelas que han ganado algunos premios y han sido traducidas a varios idiomas (incluyendo el mandarín, imagínate) y me han hecho ganar bastante plata, pero sobre todo el orgullo de haber escrito las cosas que me salieron de los cojones. No soy feliz únicamente por el programa, como dices, pero también me hace feliz tener un programa en Miami donde tengo absoluta libertad creativa para decir lo que me da la gana. Y "todavía" se escribe todavía con v chica, no “todabia” con b grande y sin acento. Y "has vivido" se escribe “has” no “haz”.  Y si mi programa te parece “una basura” como dijiste en televisión y lo que viviste conmigo, "una mierda", ¿por qué pierdes tu tiempo escribiéndome? Sigue disfrutando de tu apasionante vida en el walking-closet.
El actor escribe: Lo siento.
El escritor escribe: Todo bien. Sólo quiero que sepas que algún día me gustaría darte un abrazo antes de que nos vayamos de acá.

lunes, 20 de junio de 2011

Sonámbulo

UNO
El hombre se ha puesto a dieta. Ha vuelto a la dieta que hizo en Bogotá. Solo toma jugos de fruta con linaza. Punto. Nada más. La otra noche vio en el cine a un sujeto realmente obeso y pensó: no quiero terminar así, si soy un perdedor lo que corresponde es ser flaco, ser flaco y perdedor tiene cierta dignidad.

DOS
El hombre ha dejado el café. Bebía café todo el día: expreso doble con dos cucharas de azúcar. El café lo vuelve agresivo. Le agita la respiración. Le hace rechinar los dientes. Lo vuelve insoportablemente locuaz. Por el bien de su mujer, el hombre ha dejado el café. Pero ahora pasa los días con unas migrañas que atribuye a la súbita abstinencia de cafeína. Cada tanto le dan convulsiones idénticas a las que pasó cuando dejó la cocaína. Le divierte ver cómo se le mueve de pronto una pierna, como si quisiera meter un gol imaginario. 

TRES
El hombre se ha descubierto sonámbulo. Quien lo ha descubierto es la mujer que ahora duerme en su cama. En los últimos quince años o más, el hombre ha dormido solo. Pero ahora la mujer que duerme a su lado le informa riéndose de las cosas que él hace cuando está dormido: camina por el cuarto, se pelea con gente poderosa, enciende la computadora y escribe cosas sin sentido, baja a la cocina y se queda impávido mirando la heladera hasta que suena la alarma y cierra la puerta. Lo que más preocupa a la mujer es que el hombre a veces se sube al auto y se va manejando. No tarda en volver, no demora más de diez minutos. Regresa comiendo un helado de coco en paleta, se echa en la cama con zapatos, termina de comer el helado y sigue roncando.

CUATRO
El hombre despertó la otra noche y notó que estaba masticando algo gomoso, algo esponjoso como un chicle con globos. El hombre se sorprendió: no suele masticar chicles y menos cuando duerme. Escupió la bola gomosa. Eran los dos tapones anaranjados que debería haberse puesto en los oídos y que se introdujo en la boca y masticó un rato impreciso (impreciso pero él sospecha que largo, porque los tapones estaban reducidos a pedazos minúsculos). El hombre escupió, se sintió un idiota y, antes de seguir durmiendo, pensó: creo que me estoy volviendo loco.

CINCO
El hombre ha vuelto a dormir la siesta. No lo hace por cansancio sino por aburrimiento o porque no se le ocurre mejor cosa que hacer. Nada la interesa. Carece por completo de sueños o ambiciones. El arduo oficio de sobrevivir le da cierta pereza. La otra tarde, durmiendo la siesta, tuvo un sueño que lo hizo llorar. El hombre recorría una casa infinita buscando a sus hijas mayores. Entraba a un cuarto tras otro tras otro diciendo los nombres de sus hijas. Nunca las encontraba. Estaba desesperado por encontrarlas y abrazarlas. Soñaba con abrazarlas. Pero ellas no estaban. No estaban en ninguno de los cuartos infinitos de aquella casa desolada. El hombre despertó llorando. Le sorprendió verse llorando. No es hombre de llanto fácil. Pero estaba llorando como solía llorar de niño. Y le pareció que lloraba así porque presentía que la realidad acabaría pareciéndose a su sueño.

SEIS
El hombre habla dormido. Lo sabe porque la mujer que duerme a su lado se lo cuenta. Por lo general él se duerme y ella se queda despierta y entonces ella se divierte escuchando las cosas generalmente incomprensibles que él dice. Pero a veces ella entiende algo. Según ella, las últimas cosas que él ha dicho dormido, siempre en tono molesto, irritado, son las siguientes: “Quiero marihuana”, “Llamen al panadero” y “Fritz, dile a Eric que no me bote”. Ella me ha preguntado anoche, antes de dormirme, si de veras quiero marihuana. Le he dicho que no. Yo le he preguntado si ella quiere. Tal vez para mi cumpleaños, ha respondido.

SIETE
El hombre conoce a una actriz. La actriz le regala una caja con treinta pastillas que, según ella, rejuvenecen a quien las toma. El hombre toma quince pastillas, una tras otra. Luego se siente mareado y se va a dormir. Al día siguiente despierta exhausto, no se siente para nada rejuvenecido. Su mujer le dice riéndose que él se pasó la noche hablando dormido y diciéndole a ella: ¿Quieres tomar un té helado? Ella se ríe porque en la casa no hay té helado, nunca toman té caliente ni té helado.

OCHO
El hombre, como es sonámbulo, suele pasarse a otras camas durante la noche. A menudo despierta en cuartos a los que no recuerda cómo llegó. Es sábado por la mañana y el chofer, un dominicano llamado Rafael, lo despierta, sorprendido. El hombre está echado en una tumbona frente a la piscina. La tumbona, cubierta por un techo de plástico, parece una carpa. Es sin duda una tumbona propicia para dormir. Señor, ¿qué hace durmiendo aquí afuera?, le pregunta Rafael. No sé, responde el hombre. Y luego le pregunta a Rafael: ¿Y tú qué haces acá si es sábado, Rafa? El moreno dominicano responde: No sé, señor, no sabía que hoy es sábado.

lunes, 13 de junio de 2011

Cómo ganar amigos

Somos pérdidas de tiempo en constante movimiento (Rodrigo Fresán, Historia Argentina).

UNO
Miente. A los tontos diles que son inteligentes. A los feos diles que son lindos. Los tontos suelen creerse inteligentes. Los feos suelen verse lindos. No los confundas. 

DOS
Paga la cuenta. Deja buena propina. Sé dispendioso. Verás cómo te aparecen amigos detrás de los arbustos y los cactus. 

TRES
No intentes demostrar que tienes la razón. No seas majadero. No insistas. No tienes la razón. Nadie la tiene. Si quieres tener amigos, da la razón al otro. Lo importante no es tener la razón. Lo importante es ser divertido. Solo conseguirás ser divertido si reconoces que a menudo estás equivocado. 

CUATRO
No tengas ideología. No tengas religión. No tengas moral. No tengas certezas, convicciones, dogmas. Sé flexible. Haz yoga con tus principios morales. Acomódalos a los demás. Aprende del camaleón. 

CINCO
Mucho cuidado con el espinoso asunto de la inteligencia. Digamos que la cuestión se reduce a esto: no te hagas el inteligente. Si de verdad eres inteligente, encubre tu inteligencia con pudor, escóndela como si fuera una verruga. El que hace alarde de su inteligencia, irrita a los demás, pierde amigos, se queda solo. Lo inteligente, si de verdad quieres ser popular, es hacer creer a los demás que son más inteligentes que tú, que aprendes de ellos, que su presencia te ilumina y enriquece. No es tan difícil simular que eres un idiota. Puede que incluso no tengas que hacer el menor esfuerzo histriónico.

SEIS
No tengas éxito. Fracasa. Fracasa miserablemente. Fracasa miserablemente y admítelo. Di que eres mediocre. Di que eres infeliz. Di que eres un perdedor. Di que tu vida apesta. Eso te hará encantador.

SIETE
Procura no defecar en casa de tus amigos. Aguanta. Controla tus esfínteres. A nadie le gusta tener un amigo que viene a tu casa y se despacha un mojón de proporciones. Haz tus deposiciones en casa. 

OCHO
Ya acabó la guerra fría. No tienes que tomar partido. Quiero decir: no tienes que ser heterosexual u homosexual. Puedes sentarte en la “u”. Déjate llevar. No hagas de tu trasero un templo sagrado, una fortaleza invicta, amurallada. Alójate donde seas bienvenido y aprende a dar posada al peregrino. No hagas un melodrama para bajarte los pantalones. 

NUEVE
No discutas. No seas necio. Cede. Pierde. Resígnate. Deja que el otro gane. Ahórrate la pelea. El mejor pleito no es el que se gana sino el que se evita.

DIEZ
Cállate. No opines. No digas nada. Deja que los demás hablen. Asiente en silencio mirando el horizonte incierto. Parecerás inteligente. Si abres la boca, romperás el hechizo.

ONCE
No trates de ser el mejor. No postules a premios. Si te conceden premios, devuélvelos. No aceptes homenajes. Rechaza toda forma de elogio o adulación. Postula sutilmente la teoría de que eres un imbécil y de que, siendo genéticamente tan imbécil, resulta milagroso que sigas vivo. 

DOCE
No hagas esfuerzo alguno por tener una buena reputación. Caerás mal. Caerás fatal. Los virtuosos carecen de amigos y llevan vidas tristes, sombrías. Aplaude a quien te insulta. Deplora a quien te elogia. Si dicen que eres buena gente, preocúpate.

TRECE
Engorda. Echa a perder tu silueta. Procura parecerte a una foca o un manatí. Sóbate la panza. Los gordos son naturalmente amados. Los flacos son odiados.

CATORCE
Exagera tus achaques. Di que tienes estreñimiento crónico. Di que sufres de migrañas y jaquecas crónicas. Di que cuando vas a tener un orgasmo te sobreviene un ataque hipo. Di que sigues orinándote en la cama y duermes con pañales. Di que padeces una enfermedad terminal. De este año no pasas. Te estás muriendo. Algo te duele en el bajo vientre. Frunce el ceño. No sonrías. Que se te vea afligido, jodido, mal. 

QUINCE
No tomes decisiones. Deja que otros decidan por ti. Cuando se equivoquen, no será tu culpa. No elijas nunca la película, la fila, la butaca. Siéntate donde te indiquen. 

DIECISEIS
No le digas nunca a nadie que estás enamorado. Si alguien te dice que está enamorado de ti, dile que esa enfermedad mental tiene cura y que con la ayuda de un buen siquiatra y la medicación apropiada saldrá de tan penosa aflicción.

DIECISIETE
Di que tuviste una infancia infeliz. Di que eres huérfano. Di que unos curas te violaron. Di que nunca te regalaron una bicicleta. Luego llora y di que extrañas a los curas.

lunes, 6 de junio de 2011

El Perdedor

UNO
En abril de 1985 yo acababa de cumplir 20 años y era un joven periodista de Canal 5 de Lima. A dos semanas de las elecciones presidenciales, luego de meditarlo y evaluar los riesgos no menores que tal operación acarreaba, decidí hacer un último y desesperado esfuerzo por impedir el triunfo en primera vuelta del joven, brillante y persuasivo candidato aprista, Alan García. Basado en la información médica que me pasó discretamente un veterano líder del partido de García, hice acopio de coraje y, en un programa en vivo y en directo, le pregunté a García, a pocos días de la elección, y a sabiendas de que encabezaba con holgura las encuestas de intención de voto, si era verdad que lo habían sometido a una “cura del sueño” años atrás (lo era: había sido sedado en la clínica San Felipe por un cuadro de severa depresión, según me contó el propio Alan muchos años después, depresión que él atribuye a la muerte de Haya de la Torre). Aquella noche de abril de 1985 creí ingenuamente que mi intrépida pregunta podía cambiar la historia del Perú. Aquella noche quise ponerle una zancadilla a Alan para sabotear su triunfo. Alan se enfadó con la pregunta, se negó a responderla alegando que se trataba de un golpe bajo. Dos semanas después, Alan obtuvo un aluvión de votos, a tal punto que el segundo candidato más votado, Alfonso Barrantes, tuvo el gesto noble y elegante de retirarse de la segunda vuelta y concederle la victoria. Fue mi primera derrota. Fue mi primer fracaso. Quise impedir el triunfo de Alan con una sola pregunta y fracasé. Fracasé en toda la línea. No solo porque Alan ganó de modo abrumador, sino porque días después me echaron de la televisión peruana y tuve que pasar los cinco años del gobierno de Alan viviendo más tiempo en Santo Domingo, donde tuve la suerte de que me dieran un programa de televisión, que en Lima. Tendría que haber aprendido entonces que ningún periodista de televisión tiene el poder de cambiar la suerte de una elección presidencial y que, si lo intenta, lo más probable es que pierda su trabajo. El tiempo demostró mi absoluta incapacidad de entender esa verdad tan simple. Soy un periodista contumaz que reincide obstinadamente en el error.

DOS
En 1990, el gerente de Canal 4 de Lima me llamó y me ofreció un programa todas las noches para apoyar la candidatura de Mario Vargas Llosa. No lo dudé. Acepté con entusiasmo. Inicié el programa en enero, seguro de que Mario ganaría, como sugerían las encuestas. A medida que se acercaba la primera vuelta, vimos cómo crecía la candidatura de un perfecto desconocido, Alberto Fujimori. Todas las noches en mi programa intenté persuadir a mis compatriotas de que votasen por el señor Vargas Llosa y de que no votasen por el señor Fujimori. No ahorré argumentos para intentar demoler la candidatura de “El Chino”, como lo llamaba la gente. Me la jugué apasionadamente por Vargas Llosa. Hice mi mejor esfuerzo para que mi programa contribuyese a su victoria. Ya en la primera vuelta, fue evidente que había fracasado, pues Vargas Llosa y Fujimori obtuvieron casi la misma votación. A pesar de que en el ánimo de Vargas Llosa era evidente que ya no quería ganar la segunda vuelta (y algunos en su entorno familiar le aconsejaban renunciar), seguí apoyando con ferocidad combativa su candidatura y continué disparando sin compasión sobre Fujimori. Tan sangrienta batalla resultó inútil. Mi programa diario (lo mismo que el programa semanal del señor Hildebrandt, lo mismo que los programas de Augusto Ferrando y Gisela Valcárcel) no ayudó en modo alguno a que Vargas Llosa ganase. Probablemente, ayudó incluso a que perdiese, pues los peruanos se llevaron la impresión de que, virtualmente, toda la televisión apoyaba con ánimo militante la candidatura de Vargas Llosa y linchaba con virulencia a Fujimori. Una vez más, perdí. De nuevo, hice campaña apasionada por el perdedor. Por segunda ocasión en mi carrera de periodista, confirmé que mis habilidades persuasivas eran escasas, si no nulas. Como ya había ocurrido cuando quise impedir el triunfo de Alan García y terminé perdiendo mi trabajo, tuve que irme del Perú cuando, en abril de 1992, el señor Fujimori dio el golpe de Estado. Los ocho años de la dictadura de Fujimori los viví en los Estados Unidos, visitando esporádicamente Lima para reunirme con mis hijas. Los ocho años de la dictadura de Fujimori me gané la vida en la televisión de Estados Unidos y me di el gusto de pagar mis impuestos en los Estados Unidos y no a la dictadura de Fujimori. Tendría que haber aprendido en 1990 que un periodista de televisión (o al menos yo) carece del poder para volcar la suerte de una elección en un sentido o en otro. Pero está claro que no lo aprendí.

TRES
El año 2000 me opuse públicamente a la reelección ilegal del dictador Fujimori. Solo el diario El Comercio publicaba mis artículos contra esa reelección fraudulenta. Aconsejé a los amigos de Fujimori que lo disuadieran de postularse. Fue en vano, desde luego. Puesto que me negué a apoyar su candidatura, me peleé con mis amigos José Enrique y José Francisco Crousillat, dueños de Canal 4, y terminé haciendo, desde Miami, un programa en solitario, sin público ni invitados, en el que me abandonaba a un largo y encendido soliloquio (monólogo que no parecía incomodarme, pues ya se sabe que escucharme es una de mis pasiones favoritas), procurando convencer a los peruanos de que votasen por Alejandro Toledo y elogiando sin reservas a su esposa, Eliane Karp. Ese programa, que sospecho nadie recuerda, fue emitido en el Perú todos los domingos por la noche (10 de la noche) el año 2000, en el Canal 13 de Lima, entonces llamado por sus gerentes, la familia Palermo, “Canal A”. Nunca me pagaron un penique por el año entero que emitieron mi programa haciendo campaña a favor de Toledo. Una vez más, fracasé. Toledo perdió. Yo perdí con Toledo. Recuerdo que cuando llegué a casa de mis padres y anuncié que había votado por Toledo, la familia entera estuvo a punto de echarme a patadas de la casa, pues todos apoyaban a Fujimori y habían votado por él. Fue mi tercer fracaso consecutivo. Mi récord como boxeador del periodismo era ya bastante desmoralizador: tres peleas, tres derrotas. Sin embargo, me negué a colgar los guantes.

CUATRO
En el verano limeño del 2001, la gerencia de Canal 2 de Lima me ofreció un programa para apoyar la candidatura de Toledo. Acepté encantado. Mi plan era apoyar de nuevo al señor Toledo y votar por él. El programa lo llamé El Francotirador. Contrariamente a mis planes, terminé disparando no contra los adversarios del señor Toledo, sino contra el propio señor Toledo, pues el destino trajo a mí a una señora piurana, Lucrecia Orozco, y a una adolescente brillante, su hija Zaraí, quienes me convencieron, tras mostrarme un voluminoso legajo de expedientes judiciales, de que el señor Toledo se había pasado los últimos trece años negando a su hija Zaraí en los tribunales de Piura. Decepcionado de la conducta innoble de Toledo, defendí con ardor a Zaraí y su madre y anuncié que no votaría por un hombre que me avergonzaba por negar a su propia hija y que votaría por Lourdes Flores. Tal cambio de simpatías me trajo no pocos conflictos en el canal 2, que seguía apoyando a Toledo cuando yo, desde mi programa, le había declarado la guerra a Toledo por el caso Zaraí. Perdí en la primera vuelta porque Lourdes Flores quedó en el camino. Luego hice una campaña tan apasionada como inútil a favor del voto en blanco en la segunda vuelta, defendiendo quijotescamente la idea principista de que un hombre que negaba a su hija no merecía ser Presidente del Perú. Volví a perder. Los peruanos eligieron presidente a ese hombre que negaba con descaro a su hija. De nuevo, mi programa de televisión fue inútil para socavar a Toledo y propiciar la victoria de Lourdes. Una vez más, por tercera vez, defendí una causa que me pareció justa y, sin embargo, perdí en toda la línea. Como era previsible, tan pronto como terminó la campaña y ganó Toledo, el dueño de Canal 2 me despidió, burlándose de mí.

CINCO
En febrero de 2006, el dueño de Canal 2 se había enemistado con el entonces presidente Toledo y me ofreció volver a su canal con El Francotirador. No lo dudé. Llevaba varios años alejado de la televisión, viviendo entre Miami y Buenos Aires, y quería sacarme el clavo y contribuir, aunque sólo fuera por una vez en mi vida, a que la candidatura de mis simpatías prevaleciera. Usé mi programa en Canal 2 para atacar despiadadamente a los candidatos García y Humala y apuntalar sin disimulo la candidatura de Lourdes Flores. A pesar de mis esfuerzos retóricos, o tal vez como consecuencia de ellos, Lourdes volvió a quedar rezagada. Recuerdo la noche insólita del conteo de la primera vuelta: Lourdes se impacientó y anunció que había pasado junto con Humala a la segunda vuelta, don Luis Bedoya festejó la aparente victoria de su discípula, yo celebré con aspavientos en mi programa en vivo en Canal 2 y dimos por hecho que Lourdes había superado por fin la valla aciaga de la primera vuelta. Pero, al caer la noche, los números de Alan fueron creciendo, Alan empató a Lourdes, Alan pasó a Lourdes y, unos días después, el resultado oficial confirmó que era Alan y no Lourdes quien había quedado en segundo lugar. Una vez más, por quinta vez consecutiva, convertí mi programa en una trinchera de combate a favor de una candidatura, la de Lourdes Flores, y perdí en toda la línea. Mi palmarés era tremendo: cinco peleas, cinco derrotas. Un peleador más humilde se hubiera retirado. Pero la humildad no parece ser una de mis virtudes más conspicuas.

SEIS
En octubre del año pasado, el dueño de Canal 2 de Lima me despidió. Probablemente lo hizo para complacer a un número no menor de amigos poderosos, a quienes mi programa resultaba irritante: Alan García, Luis Castañeda, Alejandro Toledo, Lourdes Flores. Probablemente lo hizo para sacarme del juego de la campaña presidencial, a sabiendas de que yo criticaría a los señores Toledo y Castañeda y apoyaría a Keiko Fujimori. Como ningún canal peruano quiso contratarme, me mudé a Miami y me resigné a hacer televisión en esa ciudad. No estaba en mis planes más remotos que algún canal peruano me llamase durante la campaña presidencial. Era claro que me habían sacado del juego para que no ejerciera influencia alguna. Al menos pude escribir, antes de la primera vuelta, una columna en este diario apoyando a Keiko. Luego de la primera vuelta, y como los candidatos en carrera eran Ollanta Humala y la señora Fujimori, recibí una llamada de la gerencia de Canal 4 de Lima. Me pidieron hacer un programa los domingos. Acepté encantado. Me pidieron viajar a Lima todos los domingos. Me excusé. Dije que por razones familiares no podía viajar a Lima todos los fines de semana. La gerencia de Canal 4 fue extraordinariamente generosa conmigo y me dijo que aceptaba mi programa vía satélite. No fue difícil organizar el programa para Canal 4 porque ya tenía estudio y escenografía para el programa que hacía en Miami. Alquilé dicho estudio los cinco domingos de mayo. En efecto, le pagué 60 mil dólares al dueño del canal de Miami. Contraté al personal técnico y periodístico. Leí en la prensa peruana que las empresas mineras me habían pagado una millonada por hacer mi programa. Por supuesto, no era verdad. Nadie me había pagado nada. Ni siquiera sabía si ganaría algún dinero, pues el gerente del Canal 4 me prometió una fracción menor de las ventas publicitarias que generase mi programa, y como el programa resultó de una naturaleza combativa al candidato Humala, muchos auspiciadores prefirieron no acompañarme en la cruzada. Domingo a domingo, fueron retirándose empresas cautelosas que antes ponían sus anuncios en mi programa. Domingo a domingo, cinco domingos consecutivos, hice mi más esforzada contribución para persuadir a los peruanos de que el señor Ollanta Humala había tramado un golpe contra la democracia el año 2005, que el señor Humala había aplaudido ese golpe fallido, que el señor Humala había llamado “patriotas” a los golpistas que mataron a cuatro policías en esa emboscada y que, por consiguiente, un militar que había perpetrado y festejado un golpe sangriento contra un gobierno democrático hace seis años no merecía ser Presidente del Perú. Por lo visto, teniendo en cuenta los resultados de ayer, mi programa, fiel a una vieja tradición, ha sido un fracaso más en mi carrera de periodista combativo. Por lo visto, el señor Humala ha ganado con claridad: felicitaciones y buena suerte. Por lo visto, mis programas en Canal 4 fueron inútiles para impedir su victoria. No pude convencer a mis compatriotas de que un golpista como Humala era más peligroso que la hija de un golpista como Keiko. He vuelto a perder. Sigo siendo un perdedor. Una vez más, me toca estar en el bando de los perdedores. Anuncio con orgullo que sigo sin conocer la victoria: en más de veinticinco años peleando en los estudios de televisión, he librado seis feroces combates presidenciales y he besado la lona y perdido por KO esas seis veces. El perdedor ha vuelto a perder. No por eso, está dispuesto a rendirse. El perdedor sabe que si alguien lo llama en cinco años, volverá a ponerse los guantes para pelear limpia y apasionadamente por sus convicciones.