lunes, 30 de mayo de 2011

Por qué votaré por Keiko

La señora Keiko Fujimori ha prometido que, si es elegida presidenta del Perú, respetará escrupulosamente las formas democráticas, no cerrará el Congreso ni cambiará la Constitución como abusivamente hizo su padre ahora en prisión, no introducirá una enmienda constitucional que permita la reelección inmediata en beneficio propio como abusivamente hizo su padre ahora en prisión, no permitirá violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas del orden, respetará la libertad de prensa y preservará una política económica basada en la creación de riqueza por parte de la empresa privada y en la asignación de los recursos según el libre mercado, política que inició su padre hace veinte años y que ha aliviado la pobreza de muchos peruanos en las últimas dos décadas.

El señor Ollanta Humala ha prometido, ante la Biblia y ante su Divina Providencia, el Altísimo Mario Vargas Llosa, que, si es elegido presidente del Perú, respetará escrupulosamente las formas democráticas, respetará la libertad de prensa, no estatizará ninguna empresa, no introducirá una enmienda constitucional que permita su propia reelección y continuará con la política económica de libre mercado y creación de la riqueza por parte de la empresa privada.

Es decir, Keiko Fujimori y Ollanta Humala han prometido exactamente lo mismo: Si gano, seré un demócrata cabal, me portaré bien, no incurriré en desmanes autoritarios ni perpetraré fechorías, no me haré reelegir y respetaré una política económica de libre mercado.

La pequeña diferencia es que Keiko Fujimori ha prometido todo eso y que todo eso precisamente está en su plan de gobierno. Ollanta Humala ha prometido todo eso, pero su plan de gobierno dice exactamente lo contrario de lo que ahora promete. Y con ese plan de gobierno estatista, autoritario, chavista, velasquista, confiscatorio, el señor Ollanta Humala se presentó a estas elecciones y pasó a la segunda vuelta.

Algunos eligen creer las promesas de Keiko. Otros eligen creer las de Humala. Pero quienes eligen creer las promesas de Humala deberían tener en cuenta que el plan de gobierno de Humala está grotescamente reñido con las promesas que ahora, para complacer a Vargas Llosa y ganar la elección, formula en abierta contradicción con su plan de gobierno estatista, confiscatorio, intervencionista y autoritario, calcado de los modelos argentinos y ecuatorianos y un poco también del venezolano.

Como votar por alguien basándonos únicamente en sus promesas parecería una decisión arbitraria y subjetiva, pues uno elige, prometiendo ambos lo mismo, que tal candidato no es confiable y el otro sí, me parece que tal vez es mejor votar por alguien basándonos no tanto en sus promesas sino en sus actos, en su conducta pública, en su hoja de vida. Cualquiera promete cualquier cosa con tal de ganar. Ya luego en el poder, raramente cumplen lo que han prometido. Por eso, una información más precisa para distinguir a un candidato de otro es evaluar su pasado, su biografía, las cosas que ha hecho a lo largo de su vida. Eso puede ayudar considerablemente a saber si es o no un demócrata, si cree de veras en una economía de libre mercado o si en el fondo (aunque ahora no lo dice) cree en una economía regulada por la abierta intervención del Estado como agente creador de la riqueza.

El pasado de la señora Keiko Fujimori revela que tuvo la mala suerte de que su padre diese un golpe de Estado cuando ella tenía apenas 16 años (por lo que, en justicia, no podríamos culparla de dicha arbitrariedad criminal), luego su padre la mandó a estudiar la universidad en los Estados Unidos porque en el Perú su vida corría peligro (y ella obedeció como casi cualquier hija en sus circunstancias hubiera obedecido a su padre), luego no cabe duda (al menos para mí) que los estudios de la señora Fujimori fueron pagados por dineros que su padre obtenía de los fondos reservados que manejaba a discreción el perverso señor Montesinos (delito del que son culpables los señores Fujimori y Montesinos, pero en ningún caso la entonces joven Keiko Fujimori, que no tenía por qué hacerle una auditoría a su padre para saber con qué fondos estaba pagándole la universidad, como ninguna joven haría con su padre) y que más adelante, ya graduada, tuvo la lucidez y el coraje de pedirle a su padre, no una sino muchas veces, que despidiera al bribón de Montesinos (consejo que su padre desoyó) y que se opuso públicamente a que su padre se presentase a la ilegal reelección del 2000, y que cuando su padre huyó vergonzosamente a Tokio, ella, Keiko Fujimori, en el peor momento de desgracia y vergüenza para su familia, se quedó en el Perú y dio la cara a la justicia. En resumen, podemos decir que la señora Keiko Fujimori tuvo la mala suerte de ser la hija de un dictador. Pero las tropelías y atrocidades que cometió su padre no son culpa de ella, y culparla es un acto de miseria moral que rebaja a quienes de ese modo pretenden mancharla. El pasado reciente de la señora Keiko Fujimori también revela algo lamentable, que por suerte corrigió a tiempo: Celebrando la noche del 10 de abril la buena votación que había obtenido, la señora Fujimori cometió el error de decir que la dictadura de su padre ha sido el mejor gobierno en la historia del Perú. Decir eso fue una barbaridad. Decir eso fue una afrenta a quienes creemos en la democracia, la paz y la legalidad. Por fortuna, y como es una persona de bien que sabe reconocer sus errores y disculparse por ellos, la señora Fujimori no tardó en pedir perdón por los crímenes que cometió su padre y en prometer que si ella gana la presidencia no incurrirá en los abusos y las ilegalidades que viciaron la autocracia de su padre. Nunca es tarde para pedir perdón.

El pasado del señor Ollanta Humala revela, por su parte, que en los años 1992 y 1993 fue jefe de una base militar en Tingo María y que, agazapado bajo el nombre de guerra de 'capitán Carlos’, secuestró y asesinó, él personalmente, a cerca de diez personas, según lo ha acusado la semana pasada, en este diario, uno de los miembros del Batallón 313 al mando de Ollanta Humala, el ex Sargento Segundo Gómez Reátegui, y según están dispuestos a acusarlo ante los tribunales de justicia los familiares de los pobladores de los caseríos cercanos a la base de Madre Mía a los que Ollanta Humala sacó a patadas de sus casas, ordenó que corriesen, les disparó por la espalda y arrojó luego sus cadáveres al río Huallaga. Es decir que el ex dictador Alberto Fujimori está condenado a pasar 25 años en la cárcel porque se presume que dio la orden para asesinar extrajudicialmente a los muertos en las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, pero Ollanta Humala hasta ahora, no se sabe cómo (se presume que pagando sobornos para que sus acusadores se retracten y cambien su versión original), ha conseguido salir airoso de los asesinatos extrajudiciales que él personalmente, haciéndose llamar el 'Capitán Carlos’, cometió en los caseríos cercanos a la base de Madre Mía los años 1992 y 1993.

El pasado de Ollanta Humala revela también que los años 2003 y 2004 sirvió al gobierno democrático de Alejandro Toledo como agregado militar en París y Seúl, al mismo tiempo que en el Perú permitía y alentaba que circulase un periódico con su nombre, “Ollanta”, que exigía el golpe contra el presidente Toledo y el fusilamiento de Toledo.

El pasado de Ollanta Humala revela también que, cuando su hermano Antauro y 150 reservistas tomaron por asalto la comisaría de Andahuaylas el 1 de enero de 2005, en un intento por dar un golpe militar que derribase al gobierno de Toledo, el señor Ollanta Humala, desde Seúl, aplaudió ese golpe antidemocrático, dijo que era “una acción viril”, y llamó “patriotas” a los golpistas que mataron a los policías Cahuana, Chávez, Rivera y Cerrón. Nunca el señor Ollanta Humala ha pedido perdón por apoyar el golpe de su hermano Antauro ni por llamar “patriotas” a los golpistas asesinos. Al contrario, cínicamente, ha dicho que él no sabía nada del golpe, que no tuvo “arte ni parte” en el golpe y que tampoco tuvo nada que ver con el pasquín “Ollanta”, que los años 2002, 2003 y 2004 pidió el golpe que finalmente se ejecutó a comienzos de 2005.

El pasado de Ollanta Humala revela, en resumen, que ha secuestrado, torturado y asesinado a civiles inocentes o sospechosos de terrorismo los años 1992 y 1993 (y por ello deberá rendir cuentas ante la justicia) y que ha aplaudido y festejado un golpe militar contra el presidente Toledo en 2005, llamando “patriotas” a los asesinos de cuatro policías.

Comparando sus biografías, Keiko Fujimori nunca ha matado a nadie ni ha conspirado para dar un golpe contra la democracia peruana. Ollanta Humala ha matado personalmente a varias personas cuando era el 'capitán Carlos’, ha llamado “patriotas” a los asesinos golpistas del 2005 y ha sido un activo conspirador contra la democracia que entonces presidía Alejandro Toledo, el mismo señor que ahora lo apoya “en defensa de la democracia”.

Yo elijo votar el domingo por Keiko Fujimori no basándome en sus promesas sino en su pasado. Entre un matón, un asesino y un golpista probado, y la hija de un dictador que ha perdido perdón por los crímenes de su padre, elijo votar por la hija del dictador que ha entrado en política para limpiar su apellido, pero que nunca ha torturado ni matado a nadie, como lo ha hecho su oponente, el señor Ollanta Humala, que tiene las manos manchadas de sangre y que algún día pagará ante la justicia (cuando deje de sobornar testigos) por los crímenes que cometió.

lunes, 23 de mayo de 2011

Premio Nobel del Rencor

Mario Vargas Llosa es un gran escritor y, sin duda, merece el Premio Nobel de Literatura. Pero cuando escribe y habla de política se equivoca a menudo, y a veces se equivoca bochornosamente.

Para comenzar, no siempre Vargas Llosa fue un demócrata. Vargas Llosa aplaudió con júbilo y alborozo a la dictadura del general Juan Velasco. Vargas Llosa se declaró “revolucionario”, es decir partidario de aquella dictadura. No lo digo yo. Lo escribió el propio Vargas Llosa en marzo de 1975, en una carta dirigida al general Juan Velasco, a quien no llamaba dictador (como llama rabiosamente “dictador, ladrón y asesino” al presidiario Alberto Fujimori), sino a quien llamaba, respetuosa y adulonamente, “Señor Presidente”. Juan Velasco dio un golpe militar y fue un dictador más cruel y más torpe aún que Fujimori y sin embargo, en 1975, Vargas Llosa se hincaba de rodillas ante el dictador Velasco y le decía: “Con la misma firmeza con que he aplaudido todas las reformas de la revolución, como la entrega de la tierra a los campesinos, la participación de los trabajadores en la gestión y propiedad de las empresas, el rescate de las riquezas naturales y la política nacional independiente…”. Leyó usted bien: al séptimo año de la dictadura militar de Juan Velasco, Mario Vargas Llosa se jactaba de aplaudir “con firmeza” las reformas (o sea, los atropellos) de la revolución (o sea, de la dictadura), y no algunas, sino “todas las reformas de la revolución”. Claro, al señor Vargas Llosa, revolucionario adulón del dictador Velasco, que aplaudía “con firmeza” las barbaridades que perpetraba esa dictadura, no le habían quitado una hacienda, como a mi abuelo Roberto, que en paz descanse, ni le habían robado un banco, ni le habían expropiado unas minas o unos campos de petróleo en los que él había invertido millones de dólares. No, claro que no: a Vargas Llosa poco y nada le importaban el abuso y el despojo que sufrieron los agricultores, los banqueros, los empresarios y los inversionistas extranjeros, porque a él no le quitaron nada, y por eso aplaudía “con firmeza” no una sino “todas las reformas de la revolución”, y no en 1968, cuando recién se instalaba esa dictadura, sino en 1975, cuando el dictador Velasco estaba a punto de ser desalojado del poder.

Pero eso no es todo. En marzo de 1975, dirigiéndose en tono untuoso al “Señor Presidente Juan Velasco Alvarado”, Mario Vargas Llosa escribía lo siguiente: “Hay el peligro de que la Revolución Peruana, como muchas otras, deje de serlo. Nada me entristecería más que eso ocurriera”. Es decir, Vargas Llosa en 1975 estaba triste y acongojado no porque se había instalado una dictadura comunista en el Perú. No, no: estaba triste, acongojado y alarmado porque esa dictadura (que él llamaba servilmente “revolución”) corría el peligro de desaparecer.

Pues esto demuestra que Mario Vargas Llosa no es políticamente infalible y que su penosa defensa del golpista Ollanta Humala no resulta la primera vez en que el talentoso escritor defiende a un golpista, pues ya antes, como se ha demostrado, aplaudió y defendió al golpista Juan Velasco, y aplaudió y defendió los atropellos contra la legalidad y la propiedad privada que esa dictadura perpetró.

Sobre Ollanta Humala, a quien ahora apoya, Mario Vargas Llosa ha escrito algunas líneas que conviene recordar.

No hace mucho, en entrevista concedida a la televisión peruana, Vargas Llosa dijo: “Estoy seguro de que si Ollanta Humala hubiese ganado las elecciones, la democracia peruana habría sido destruida y el Perú estaría al nivel de Bolivia, Ecuador o Venezuela”.

Hace pocos años, Mario Vargas Llosa escribió que los hermanos Ollanta y Antauro Humala “han tomado del nazismo el ideal de la pureza racial”, es decir llamó neonazis o racistas a Ollanta y Antauro Humala.

Hace pocos años, Mario Vargas Llosa escribió: “El movimiento etnocacerista quiere armar al Perú para declararle la guerra a Chile y así recuperar Arica”. Que se sepa, cuando Antauro Humala, cumpliendo órdenes expresas de su hermano Ollanta Humala, dio el golpe militar de Andahuaylas hace seis años, Ollanta Humala dijo que los golpistas asesinos “no son subversivos, son unos patriotas”, y dijo además que el golpe de su hermano era “una acción viril” y declaró que él, Ollanta Humala, se consideraba “una pieza del engranaje del movimiento etnocacerista”.

Hace pocos años, Mario Vargas Llosa escribió que el movimiento de los hermanos Ollanta y Antauro Humala “puede parecer payaso, cavernario y estúpido, y sin duda también lo es, pero sería una grave equivocación suponer que, debido a lo primario y visceral de su propuesta, el movimiento está condenado a desaparecer”. En efecto, Ollanta y Antauro Humala siguen siendo “payasos, cavernarios y estúpidos”, como bien los describió Mario Vargas Llosa, y su movimiento no parece condenado a desaparecer, pues Ollanta Humala, con el voto de Vargas Llosa (pero en ningún caso con mi voto), podría ser elegido Presidente del Perú en dos semanas.

No deja de ser curioso que Mario Vargas Llosa esté impaciente por elegir Presidente del Perú a un sujeto al que calificaba de “nazi, racista, payaso, cavernario y estúpido”.

Pero además, hace pocos años Mario Vargas Llosa estaba seguro de que Ollanta Humala era “protegido y fiel discípulo” del dictador venezolano Hugo Chávez, como en efecto era y sigue siéndolo, por mucho que ahora intente disimularlo con embustes. Vargas Llosa escribió hace poco que si Ollanta Humala ganase las elecciones “continuará en el Perú” las políticas de los dictadores Hugo Chávez y Juan Velasco Alvarado. Más aún, Vargas Llosa escribió: “El país todavía no se recupera del todo de aquella catástrofe que el general Velasco y su mafia castrense causaron al Perú. Ese es el modelo que el comandante Chávez y su discípulo, el comandante Ollanta Humala, quisieran –con la complicidad de los electores obnubilados– ver reinstaurado en el Perú y en toda América Latina”.

Es decir que hace poco Mario Vargas Llosa estaba seguro de que había que estar “obnubilado”, es decir aturdido, es decir atontado, es decir idiotizado, para votar por Ollanta Humala, pues en caso de llegar Ollanta Humala al gobierno peruano, aplicaría las políticas fracasadas de Hugo Chávez y Juan Velasco Alvarado.

¿En qué momento se obnubiló Mario Vargas Llosa para terminar votando por Ollanta Humala, a quien describió como “nazi, racista, payaso, cavernario, estúpido, discípulo y protegido de Hugo Chávez y caudillo bárbaro”?

¿Cómo y por qué Mario Vargas Llosa, que antes decía que había que estar “obnubilado” para votar por Ollanta Humala, de pronto se obnubiló él mismo y ahora nos pide, masivamente obnubilado, que votemos por Ollanta Humala?

Es bien simple: Primero, Mario Vargas Llosa no es políticamente infalible, y así como en 1975 aplaudía con firmeza “todas las reformas” (entiéndase, los atropellos y abusos) del dictador Velasco, ahora, en 2011, pide que los peruanos votemos por el golpista probado y admirador de dictadores, Ollanta Humala. Segundo, Mario Vargas Llosa se obnubiló, es decir se aturdió, es decir se atontó políticamente, cuando tuvo que elegir entre el golpista probado, “el racista, el payaso, el estúpido, el cavernario de Ollanta Humala” (y no lo digo yo: lo escribió él) y la señora Keiko Fujimori. De pronto, Vargas Llosa, turbado por el rencor, cegado por el odio, vio obnubilada su lucidez y atribuyó perversamente los crímenes y atrocidades de Alberto Fujimori a su hija mayor, Keiko Fujimori, y se paseó por el mundo esparciendo mentiras grotescas, por ejemplo que si la señora Keiko Fujimori es elegida presidenta “liberará a Montesinos y la mafia de Montesinos volverá al poder”, por ejemplo que, como la señora Keiko Fujimori “es hija de un ladrón y un asesino”, entonces de todos modos ella también es una ladrona y una asesina, viles oficios en los que, si no se ha inaugurado aún, se estrenará apenas jure como presidenta, puesto que, según la lógica viciosa y perversa de Vargas Llosa (hijo de un hombre que le pegaba a su esposa, lo que no creo que se transmita genéticamente, pues me resisto a creer que Mario Vargas Llosa le pegaba a su tía y luego a su prima hermana) la hija de “un ladrón y un asesino” está condenada, por el mandato de sus genes, a ser inexorablemente una ladrona y una asesina.

Bien ganado se tiene Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura. Pero, si hemos de ser justos, la Academia Sueca debería concederle también el Premio Nobel al Rencor, o cuando menos el Premio Nobel al Elector Obnubilado.

lunes, 16 de mayo de 2011

La Isla

A Silvia, que tomó las fotos.

UNO
Conocí La Isla en 1991. Quedé maravillado. Me embrujaron la pureza de su aire, el resplandor de la luz, el sosiego de sus habitantes, la cálida quietud del mar. Pasé un semestre de ese año en un edificio llamado Ocean Village. Le alquilaba el departamento a una venezolana. Mi prima vino a visitarme. No pude evitar deslizarme en su cama. Suave y delicadamente, me invitó a volver a mi cama. La amé, la sigo amando. Un actor vino a visitarme. Mientras yo estaba escribiendo (rumiando un borrador más de mi primera novela), él se fue a la playa y olvidó la llave del edificio y se quedó horas bajo el sol inclemente de La Isla, y cuando por fin fui a buscarlo y lo encontré, estaba rojo, quemado, víctima de una feroz insolación. Sin embargo, sonrió. Lo amé por eso. La memoria es arbitraria. No se elige lo que se recuerda.

DOS
Después de vivir tres años en Georgetown, Washington DC, donde me casé y nació mi hija mayor, nos mudamos a un departamento en La Isla, en el edificio The Sands, el más cercano al mar de toda La Isla. Le alquilaba el séptimo piso a un ecuatoriano que terminó siendo embajador. Era como vivir en alta mar. El eco de las olas mansas rompiendo en la orilla penetraba como un murmullo adormecedor. Allí esperamos con ilusión el nacimiento de mi segunda hija. Nació en el hospital Mercy. Llegó en el verano de 1995. Fuimos felices en ese departamento. Durante el día escribía una novela (Fue ayer y no me acuerdo) y en las noches hacía un programa de televisión en el canal Sur de mi amigo Arturo Delgado. Entrevistaba celebridades. Entrevisté a Shakira, a Enrique Iglesias, a Ricky Martin, a Cristina, a Don Francisco. Amé a Shakira levemente rolliza, traspasada de romanticismo, con su pelo negro natural. Extraño a esa Shakira.

TRES
Una familia feliz, o que intenta ser feliz, merece una casa, o eso es lo que pensé en 1996, y por eso nos mudamos a la casa amarilla, recién construida, en 335 Hampton Lane. Se la alquilaba a unos argentinos. Vivimos allí seis años. Escribo “vivimos” y debo hacer una observación: vivimos juntos hasta que mi esposa decidió volver a Lima con las niñas y yo me quedé llorando su ausencia, buscando el olor de mis hijas en sus cuartos, esperando a que vinieran a visitarme pronto, recordándolas vivamente cada vez que escuchaba ciertas canciones, por ejemplo The Sweetest Thing, de U2, que escuchábamos en la camioneta verde jugando a dar curvas resbalosas al tiempo que mis hijas se deslizaban de un lado a otro en el asiento trasero, riendo y cantando a la vez. Se fueron y aquel fue el año más triste de mi vida, pero por suerte cada tanto volvían y nos metíamos en la piscina y salíamos disfrazados de dálmatas a pedir caramelos en Halloween y yo sentía que ese amor duraría para siempre, que es exactamente lo que siento ahora.

CUATRO
Ciertos contratiempos impensados en el mundo de la televisión (uno nunca está preparado para que le digan estás despedido), me obligaron a imponerme la austera disciplina de escritor que ya había vivido en Georgetown diez años atrás: escribir, sólo escribir, escribir con rabia, como un demente o un alunado, y no hacer televisión, y vivir de mis ahorros. En Georgetown la cruzada literaria duró tres años y diezmó mi cuenta bancaria. Ya en La Isla, los años 2002, 2003 y 2004 me encerré en una casa vieja, amarilla, en la calle Caribbean y me dediqué a escribir triste y furiosamente una novela, El huracán lleva tu nombre, y otra más, Y de repente, un ángel. Mis hijas me visitaban cuando estaban de vacaciones en el colegio de Lima. Fuimos dos veces a Disney, la segunda vez superó ampliamente a la primera. Juramos no volver más. Hemos cumplido. La vieja casa amarilla de Caribbean se la alquilaba a un médico cubano. Quiso vendérmela. Pedía mucho dinero. Decliné. Una vez más, preferí mudarme y alquilar, que era una manera de sentirme libre y liviano y sin ataduras.

CINCO
Tres años dedicados por completo a escribir mermaron considerablemente mis ahorros y me obligaron el 2006 a volver a la televisión. Alquilé entonces una casa en la calle Fernwood, número 668. Se la alquilé a un empresario cubano. Allí escribí El canalla sentimental y El cojo y el loco. Allí me hice adicto a las pastillas. De allí fui manejando de madrugada, todo amarillo, a que me operasen. Allí me recuperé a solas, extrañando con desesperación la morfina. Allí vino a visitarme la policía. Me interrogaron. Querían saber si había hecho el amor en un hotel de Miami con una menor de edad. Habíamos hecho el amor, sí, pero Silvia no era menor de edad, tenía ya 19 años y ahora tiene 22 y es mi esposa y aquella tarde en que fuimos al bar, a la playa y al hotel no la olvidaré nunca. Como no olvidaré la camioneta en la que me dormía manejando y en la que choqué tantas veces, como no olvidaré el auto azul al que dejé estragado, después de incontables accidentes. En la casa de Fernwood no viví cuatro años: sobreviví cuatro años.

SEIS
El año pasado me despidieron de la televisión peruana cuando recién llevaba tres meses viviendo en Lima y soñaba con quedarme en esa ciudad. Pero el destino es un humorista y mi sueño se difuminó. No me despidieron porque el programa tuviese mala sintonía o pobres ventas publicitarias. Me despidieron sabe Dios por qué. De pronto me encontré en Lima, expulsado de la televisión, con mi novia embarazada, con mi ex esposa gritando insultos a mi novia, con una obra en construcción en el edificio vecino que me impedía dormir: el caos puro. Dios tuvo compasión y se apiadó de mí. Me llamaron de Miami y me ofrecieron un programa de televisión. Lo hablé con Silvia y no lo dudamos: si en Lima ningún canal contestaba siquiera mis llamadas, debíamos irnos a Miami y tener al bebé en Miami y darle a mi carrera de televisión (28 años ya) un final algo más digno que la humillación que me infligieron en octubre del año pasado al despedirme por razones que ignoro y prefiero seguir ignorando. Entonces volví a La Isla, volví a La Isla a la que había jurado no volver cuando me fui a vivir en Lima, volví a La Isla y encontré la casa de mis sueños, La Casa Verde, y no dudé en comprarla y recibir en ella a Silvia, y luego Silvia y yo decoramos la casa para darle la mejor bienvenida al mundo a la bella Zoe. Aquí escribo estas líneas, en La Casa Verde. Aquí me quedaré lo que me quede por vivir, eso está claro. Ruego a Dios que Silvia y Zoe me acompañen y que Camila y Paola no tarden en venir a visitarnos y ocupar los cuartos que hemos decorado con amor para ellas. Por fin he encontrado un lugar en el que quiero quedarme. Por fin mi cabeza no me dice que debería estar en otra parte. Veinte años después de conocer La Isla, es aquí donde me ha sido concedida la gracia del amor y el discreto sosiego de la felicidad.

lunes, 9 de mayo de 2011

El golpista felón

UNO
Cuando Ollanta Humala era teniente coronel en actividad del Ejército peruano, y cuando el presidente democrático Alejandro Toledo envió al teniente coronel Ollanta Humala como agregado militar primero a París y luego a Seúl, Ollanta Humala permitió que, quincena a quincena, se repartiera gratuitamente en el Perú un periódico titulado “Ollanta” (no Antauro: Ollanta), en el que se insultaba con las peores bajezas al presidente Toledo, se arengaba a los lectores de “Ollanta” a dar un golpe y derribar al gobierno de Toledo, se afirmaba que el gobierno de Toledo había perdido la legitimidad democrática y se hacía apología de la violencia en un lenguaje descaradamente terrorista. El teniente coronel Ollanta Humala, cobrando sueldo del gobierno de Toledo en París y luego en Seúl, permitía y alentaba al mismo tiempo que un pasquín repugnante, con su nombre “Ollanta” como gran titular, exigiese con lenguaje procaz y en tono injurioso y abiertamente antidemocrático el golpe militar contra el gobierno de Toledo. Por consiguiente, el teniente coronel Ollanta Humala era un soldado traidor, un oficial felón, un golpista encubierto conspirando activamente, cada quincena, contra la democracia peruana, al tiempo que, con absoluta desfachatez, cobraba su sueldo en París y Seúl de la misma democracia peruana que él pretendía dinamitar. En los años 2002, 2003 y 2004 en que el venenoso pasquín “Ollanta” exigió en titulares tremebundos la insurgencia popular y el derrocamiento del gobierno legítimo de Toledo, ni una sola vez el teniente coronel en actividad Ollanta Humala hizo un gesto público de repudio o protesta frente a un periódico que llevaba su nombre, que publicaba su foto en la portada diciendo “Exclusivo desde Francia: Comandante Ollanta Humala: Mi preocupación es estar seguro hacia dónde debe apuntar el filo de mi espada” (Quincenario “Ollanta”, 14 de agosto de 2003). En esos tres años, el teniente coronel Ollanta Humala no mandó una sola carta a los periódicos desmarcándose del contenido vicioso y terrorista del panfleto “Ollanta”, no presentó una sola demanda judicial para evitar que ese libelo abyecto usara su nombre “Ollanta” (que, por lo demás, no es un nombre frecuente entre los peruanos), no emitió declaración pública alguna condenando el periódico “Ollanta”, no hizo el más leve gesto para dejar constancia ante la historia de que ese periódico golpista, sedicioso, que preparó el terreno para el Andahuaylazo, no representaba sus ideas políticas. El teniente coronel Ollanta Humala bien callado y contento se quedó, porque entonces estaba convencido de que el periódico golpista “Ollanta”, que le repartía quincenalmente su hermano Antauro (y que con seguridad se imprimía con dineros llegados desde la Venezuela), estaba lanzando y apuntalando su carrera política y abriéndole las puertas a la captura del poder, tal como lo había educado su padre Isaac, comunista ortodoxo de la vieja guardia. Por eso publicaban las fotos de Ollanta Humala en la portada glorificándolo, exaltándolo, diciendo “Mi preocupación es hacia dónde debe apuntar el filo de mi espada”. Su preocupación no era preservar la democracia y respetar la paz. Su preocupación era blandir su espada filuda y capturar el poder. 

DOS
Siendo agregado militar en París del presidente democrático Toledo, el teniente coronel Ollanta Humala permitió que su periódico “Ollanta” titulase: “El Perú ya no es Nación, ahora es Colonia” (Quincenario “Ollanta”, febrero 2003), “¿Habrá Presidente Más Pelele? Toledo degenera al Perú en hazmerreír mundial” (“Ollanta”, marzo 2003), “La República Criolla debe agonizar más rápidamente” (“Ollanta”, agosto 2003), “¡Tiro al Traidor! ¡Del 2004 no pasa la Putrefacta Republiqueta Criolla!” (“Ollanta”, diciembre 2003), “¡Con Dos Cacerinas se Compone el Estado de Derecho!” (“Ollanta”, enero 2004), “¡Pueblo en Marcha! ¡Abajo el Tirano!” (“Ollanta”, febrero 2004). Harto de esa inmunda campaña golpista que el teniente coronel Ollanta Humala permitía y alentaba en el periódico “Ollanta”, el presidente Toledo castigó a Ollanta Humala mudándolo, como agregado militar muy bien remunerado, de París a Seúl. Pero como las injurias y las diatribas no cesaban, y como Ollanta y Antauro Humala exigían un golpe contra el gobierno democrático, el presidente Toledo hizo lo que tenía que hacer: a finales de 2004, ordenó al Comandante General del Ejército que diera de baja, por golpista, por traidor a la democracia, por felón, al teniente coronel Ollanta Humala, que en efecto fue expulsado deshonrosamente del Ejército peruano los últimos días de 2004. Quedó entonces muy claro que Ollanta Humala era un conspirador contra la democracia que presidía Alejandro Toledo y que era un militar fracasado que había sido dado de baja por promover el golpe de Estado contra un gobierno legítimo nacido de la voluntad popular.

TRES
Como consecuencia de la humillación que sufrió al ver interrumpida su carrera militar (una carrera que debía continuar hasta 2016), y furioso con el presidente Toledo, quien con toda justicia había ordenado su destitución, el teniente coronel dado de baja Ollanta Humala tomó una represalia inmediata contra Toledo, es decir se vengó o intentó vengarse de quien lo había expulsado del Ejército. En efecto, Ollanta Humala quiso expulsar a Toledo del gobierno, mediante un golpe militar que su hermano Antauro perpetró en Andahuaylas hace seis años, al comenzar el 2005, golpe que causó la muerte de cuatro policías inocentes, cuya comisaría fue emboscada por la gavilla de hampones golpistas comandados por Antauro Humala. Ollanta Humala ha declarado en días recientes que no tuvo “arte ni parte” en ese golpe militar de Andahuaylas. Ollanta Humala miente. Cuando ocurrió dicho golpe, y a sabiendas de que habían muerto cuatro policías, Ollanta Humala declaró desde Seúl: “Llamo a desconocer la democracia de Toledo, que ha perdido la soberanía y la legitimidad”; declaró desde Seúl después del golpe: “Llamo a la insurgencia popular, y así lo demando”; declaró desde Seúl después del golpe: “Respaldo la acción política viril de mi hermano, que es la insurgencia”; declaró desde Seúl después del golpe que los golpistas “Son militares y están haciendo el trabajo que saben hacer”; declaró desde Seúl después del golpe que los golpistas asesinos “No son subversivos, son patriotas que se sienten estafados por un gobierno que nos ha robado la democracia”. Por lo tanto, el teniente coronel dado de baja por golpista Ollanta Humala no sólo alentó y reclamó el golpe militar contra la democracia de Toledo en su periódico “Ollanta” los años 2002, 2003 y 2004, sino que, una vez producido ese golpe, y muertos cuatro policías, Ollanta Humala justificó el golpe, aplaudió el golpe, respaldó el golpe como “una acción viril” y dijo que los golpistas asesinos “son unos patriotas”.

CUATRO
Queda demostrado que el teniente coronel dado de baja por golpista Ollanta Humala conspiró contra la democracia peruana, pidió una y otra vez el golpe militar contra el presidente Toledo desde su periódico “Ollanta”, lanzó una proclama golpista desde Seúl el 1 de enero de 2005 afirmando que el gobierno de Toledo no era democrático ni legítimo y que por consiguiente se justificaba una insurgencia popular para derribarlo y, en una entrevista con Jesús Miguel Calderón, de Radioprogramas del Perú, emitida el 1 de enero de 2005, aplaudió el golpe fallido de Andahuaylas. Dijo “respaldo la acción política de mi hermano que es la insurgencia”, dijo que el golpe de Andahuaylas era “una acción viril”, aplaudió a los golpistas y afirmó en tono inflamado que los golpistas asesinos “no son subversivos, son unos patriotas”. Es un hecho histórico probado más allá de la duda razonable que el teniente coronel dado de baja Ollanta Humala fue el autor intelectual y el cómplice moral de un golpe sangriento contra la democracia peruana ocurrido hace seis años, golpe que provocó la muerte de cuatro policías inocentes. Un soldado desleal, un golpista felón, un apologista de la violencia, un admirador de asesinos a quienes llamó “patriotas”, no merece ser presidente del Perú.

lunes, 2 de mayo de 2011

El misterio de Alma Rossi

UNO
Cuando matas a una persona a la que desprecias y disfrutas del acto mismo de matarla y luego nadie descubre que el asesino eres tú, encuentras una forma de placer inenarrable que te conduce a la adicción, a la necesidad compulsiva de volver a matar a alguien más que también merezca que le interrumpas la vida misérrima, deleznable, a la que se halla aferrado. Yo era un escritor y no un asesino en serie, pero ahora ya no tengo ganas de escribir y solamente tengo unas ganas crecientes de matar, de volver a matar, de seguir matando.

DOS
No se mata por el mero placer de matar. No se mata a un extraño, a un anónimo, a un inocente. No se mata sin una razón, sin una buena razón. Matar a un inocente es un crimen abyecto. Matar sin saber a quién se mata es una miseria moral que envilece y acanalla a quien se rebaja a tal indignidad. Sólo se mata a quien ha hecho méritos para morir. Sólo se mata a quien indudablemente merece morir más allá de la duda razonable o la compasión ante un mamífero de nuestra especie. Sólo se mata, por consiguiente, a quien se odia, y sólo se odia a quien se ha ganado nuestro odio, y sólo se gana nuestro odio quien conscientemente y a sabiendas nos ha hecho daño, nos ha jodido un poco la vida, ha gozado humillándonos, no ha tenido el valor de matarnos pero nos ha hecho un daño tal que nos ha comunicado que con toda seguridad gozaría al enterarse de nuestra muerte. Sólo se mata, pues, a quien se alegraría con nuestra muerte, a quien quisiera matarnos pero no se atreve, a quien quiso matarnos en cierto modo pero no lo consiguió del todo. Sólo se mata al culpable, sólo se mata en legítima defensa, sólo se mata al que sin duda merece morir. Matar a quien ha hecho méritos para morir, o a quien ha hecho esos méritos indudablemente ante nuestros ojos, es entonces un acto de justicia, de redención, de purificación moral, y es también un acto que mejora la especie humana y por tanto mejora el futuro de la humanidad porque libera a nuestra especie de sus peores y más viles homínidos, de los más despreciables bichos humanos, de esas criaturas que nos avergüenzan porque no son demasiado distintas a nosotros o son en apariencia como nosotros.

TRES
Nicola Rossi, hijo de italianos avecindados en Lima, hizo una fortuna como constructor inmobiliario. Se graduó de arquitecto pero no tardó en comprender que el dinero estaba en construir edificios y vender departamentos y a ello se dedicó con tenacidad, ingenio y absoluta falta de escrúpulos para sobornar a cuanta autoridad fuera necesario “romperle la mano” o “lubricarle la mano” para que le fuera expedido el permiso correspondiente. Hijo de un panadero y una costurera que habían huido de la Italia fascista y habían encontrado en Lima una ciudad acogedora para sus limitadas ambiciones, Nicola Rossi supo desde muy joven que primero era el dinero, después venían las mujeres y casi simultáneamente con ellas, el alcohol. Amaba ganar dinero, amaba a las mujeres aun si eran feas, amaba toda clase de bebida alcohólica aun si era barata. Era millonario, borracho y mujeriego y era sobre todo un hombre encantador. Pero el rasgo más conspicuo de su personalidad, o su extravagancia más notable, era una que muy pocos le conocían, y que a su hija Alma Rossi siempre le pareció incomprensible y al mismo tiempo estimable: Nicola Rossi era un lector voraz, insaciable, impenitente, un lector capaz de leerse una novela en un día, un hombre que siempre llevaba un libro consigo y que leía en el auto cuando le manejaba el chofer, en la peluquería, en la oficina mientras esperaba a alguien, ciertamente en su casa cuando se echaba en la cama vestido y con zapatos y corbata y se sumergía en ese otro mundo, el de los libros, que parecía embrujarlo, hipnotizarlo, que parecía interesarle todavía más que el mundo real. Pero no era esto lo que llamaba tanto la atención de Alma Rossi y de quienes mejor lo conocían: era el hecho insólito de que Nicola Rossi, nada más terminar de leer una página, la arrancaba de cuajo y la arrojaba dondequiera que estuviera: por la ventanilla del auto, en el banco donde esperaba a que lo atendieran, en su oficina, en su casa, por donde pasaba Nicola Rossi iba dejando una alfombra o una estela de páginas recién leídas y arrancadas, de modo que no tenía en su casa una biblioteca, no guardaba nunca un libro, libro que leía era libro que tiraba página por página y sin importarle que estuviera tirando esas hojas a la vía pública o al piso de una oficina, agencia bancaria, local comercial o a cualquier rincón de su casa. Su esposa, Nina Rossi, se había resignado ya al hecho incorregible de que Nicola leyera libros para descuadernarlos y dejarlos regados a su paso, y no se daba el trabajo de recoger las páginas que andaba tirando el lector empedernido que era su marido. Pero Alma Rossi, intrigada por esa curiosa manía de su padre, no perdía ocasión de recoger cuanta página pudiera de las que había tirado su padre en la casa o en la vereda cuando salía a caminar por el parque leyendo al mismo tiempo. Fue así como Alma Rossi se hizo adicta a la lectura: leyendo no libros sino páginas de libros que su padre iba dejando tiradas. Y fue así como Alma Rossi comprendió tres cosas: que su padre estaba loco, que todos los libros estaban reunidos en un solo libro o en una sola página y que nada tenía sentido, que todo era un caos y que con seguridad su vida sería un caos también. En cierto modo, Nicola Rossi, sin quererlo, preparó a su hija Alma para el caos que, en efecto, estaba por venir.


CUATRO
No sé ya si quiero seguir matando o si lo que en verdad quiero es matarme. Matar a los que odio es solo una manera de prolongar lo que tarde o temprano acabaré haciendo, que es matarme. No encuentro razones para no matarme. No encuentro razones para seguir viviendo si no puedo vivir con Alma Rossi. Sé que esto sonará cursi y que lo es, pero sólo ella le da sentido a mi vida en este momento, y a ella no le importa mi vida, y entonces a mí tampoco me importa mi vida. El problema es uno de valor o de cobardía. Me da menos miedo (o casi ningún miedo) matar a los que odio que matarme a mí. Me odio, pero mucho menos de lo que odio a los que he venido a matar, mucho menos de lo que odio a Alma Rossi por no amarme. Lo decente sería matarme y dejar en paz a esa mujer. Lo decente sería saltar al vacío de la terraza del Ritz de Santiago. Pero no soy una persona decente, carezco de coraje o de instintos para serlo. Soy una persona miserable, en el sentido de que la miseria que habita en mí es lo que más ha crecido con los años, lo que más he llegado a estimar de mí, lo que más claramente define quién soy. Lo honorable sería matarme y dejar que los otros vivan sus vidas peores. Yo, sin embargo, no sé ya (nunca lo supe, creo) qué es el honor. Sólo sé que nada de lo que anima mis pasos es honorable y que cuando pienso en matarme, pienso enseguida que no es lo justo, que no debo hacerlo todavía, que lo poco de humano que queda en mí me pide matar primero a Alma Rossi, matar al puñado de cretinos chilenos a los que mataré entretanto y con suerte entreteniéndome, y sólo entonces, si acaso, encontraré el valor o la determinación o la serena lucidez para acabar con mi vida. Soy un hombre muerto a pesar de que mi corazón sigue latiendo. Soy un cadáver a pesar de que sigo respirando y andando. Me mató Alma Rossi en el desierto y por eso ahora necesito matarla, porque sólo matándola conseguiré estar con ella para siempre. Si no quiere vivir conmigo o si no quiere verme en modo alguno como parte de su vida, entonces no debe tener vida alguna, no merece seguir viviendo. Lo que ella me ha arrebatado, que es la pasión o la mínima esperanza por seguir vivo aferrándome a unos hábitos placenteros, es lo que, con pleno derecho, siento ahora que tengo que arrebatarle a ella. Que su pasión por seguir viva se encienda sobre la hoguera de mi destrucción y mi desdicha es algo que me resulta completamente intolerable, inhumano. No tengo ya dudas de que Alma Rossi no me ama, nunca me amó, nunca podría amarme, pero lo que más me desespera es la certeza de que tampoco me odia, nunca me odió, no podría rebajarse a odiarme porque lo que ella secamente siente por mí es el viento helado del desprecio, un viento que corroe mis entrañas y me hace llorar sangre, mear sangre, cagar sangre. Debo matarla pronto o matar a alguien pronto porque esta indignidad a la que ella me ha reducido es una sensación que se aproxima peligrosamente a la de sentir un odio visceral ya no solo por ella sino también por mí, por lo despreciable que debo de ser para que Alma Rossi me desprecie como en efecto me desprecia. Es precisamente por eso que tengo que matarla, porque sé que ella tiene razón y porque la certeza de que su desprecio tiene fundamentos éticos y estéticos me convierte en un muerto o en algo peor que un muerto: en alguien que sigue vivo y que quisiera estar muerto pero que no tiene los cojones de matarse y por eso, por cobarde, termina matando a otros. Lo siento, Alma querida, pero, aunque no me creas, te mataré porque te amo.

(Fragmentos de “El misterio de Alma Rossi”, novela escrita por Jaime Bayly y publicada por la Editorial Alfaguara, que salió a la venta el pasado sábado 30 de abril).